
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los bloques en la Avenida, el Berlín sevillano
Hay una escena recurrente –de novela y de cine– que me encanta. Se cruzan por un bosque dos caballeros andantes o dos vaqueros, se saludan, comen juntos y se cuentan sus cuitas; pero luego cada uno sigue su camino porque son distintas las aventuras que les están destinadas. Son tantas las causas justas, que no todos podemos pelearlas todas, entre otras cosas porque cada una merece todo nuestro esfuerzo.
Es lo que le ha pasado a mi padre. Un gorrilla le contó que él era, sobre todo, obsesivamente antiabortista. Del resto de asuntos, no sabía demasiado y nada le escandalizaba tanto como que se elimine una vida por nacer. Y esto lo contaba antes de la aprobación en Inglaterra del aborto en el momento del parto, donde la línea con el infanticidio se ha hollado definitivamente.
Aquel caballero le dijo a mi padre que soñaba con una camiseta reivindicativa con la silueta de un feto y con este cartel: “¿Por qué me matas, mamá?”. Como mi padre conoce a un publicista muy bueno que diseña serigrafías, le prometió que se la iba a conseguir. Y llamó al creativo, que se puso manos a la obra.
Éste hizo suya la idea, tanto, que añadió el siguiente cartel al perfil del feto: “Hagas lo que hagas, mamá, yo siempre te querré”. Mi padre, satisfecho, le llevo una docena de camisetas al gorrilla. No las agradeció. Él quería su mensaje, con la muerte por delante, llamando a las cosas como son. Los porqués de la progenitora palidecen ante la Parca. Y ese sentimentalismo del cariño está bien, pero hablamos de hechos. En Inglaterra, el niño casi se lo podrá decir a la cara a su madre y a los médicos, pero aquí todavía hace falta la camiseta.
Me consta que el publicista es un antiabortista convencido y un hombre con coraje cívico; y, sin embargo, un poco por las mañas de su oficio y otro poco por las blanduras de este tiempo, había suavizado la protesta desesperada por la vida. Mi padre le va a encargar las camisetas de nuevo. De todas las luchas a las que nos aboca este siglo nuestro –contra la corrupción, contra el relativismo, contra el igualitarismo, contra la barbarie tecnológica, etcétera– ninguna es más noble y urgente que la de la vida del no nacido. Que haya alguien que, a pie de calle, la dé de cara, por derecho, sin ambages, sin rodeos, sin componendas, merece un aplauso y una emulación.
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