José / Ignacio Rufino

L os misterios estratégicos

el poliedro

Las alusiones despectivas a la forma de ser de los jueces en el candelero es una vía de enturbiar y perjudicar los procesos

08 de junio 2013 - 01:00

CON el nuevo encarcelamiento del ex presidente de Caja Madrid, Miguel Blesa, sucede como con otros asuntos de la vida pública española contemporánea: hay una llamativa división de opiniones. Pero no de aquella taurina que alegaba el torero tras dar el petardazo: "Unos me mentaban a mi padre y otros a mi madre", sino una discrepancia de verdad. Las altas instancias bancarias no gozan en estos momentos de una alta consideración social; quizá es un rechazo inherente al estatus, que los banqueros deben sobrellevar con poderosa resignación. Aun siendo mayoritaria, y mucho más popular, la identificación de la actividad financiera con el origen de muchos de los males que nos aquejan como país, y como país dentro del mundo, el caso Blesa ha originado algunas defensas más o menos sorprendentes del imputado por parte de analistas de la actualidad y algunos medios de comunicación. En muchos de estos casos, no falta la alusión a la personalidad y el historial del juez instructor. Del juez Silva se dice de todo menos bonito: conflictivo, parcial, interesado, recusable, soberbio, venal, vehemente. La fiscalía, ésta sí seguramente con razón, advierte de que su proceder insólito puede cargarse el proceso, anularlo.

Pero la personalidad de los jueces que llevan peliagudos casos de corrupción suele saltar a la palestra como no sucede en otros casos. Baste mencionar las disecciones aquí y allá sobre la psicología de la jueza Alaya de los ERE o del juez Castro de la Infanta, o la del defenestrado Garzón. Un servidor prefiere aplicar la ceguera de la Justicia a la presencia mediática de las personas que imparten justicia: uno prefiere no verlos. Ni saber sobre sus manías, su grosería, sus frivolidades, su pareja, sus aficiones, su altivez o su egolatría. Atacar a estas personas es una forma de diluir el proceso con tinta de calamar, e incluso de obstruir arteramente la acción judicial. Por eso es muy preferible atenerse a los hechos que se juzgan, y en todo caso a la forma en que se instruyen. En este caso de Blesa, lo verdaderamente crítico es pronunciarse sobre el delito societario, la falsedad y la apropiación indebida que el repentinamente famoso juez de nombre Elpidio le imputa.

Y también en esto el ex presidente de la catastróficamente gestionada Caja Madrid -que ya nada tiene que ver con la refundada Bankia gobernada por Goirigolzarri y su equipo, que han dado color y porvenir a la entidad-- recibe sutiles apoyos y apuntalamientos espontáneos vestidos de análisis técnico. Hemos podido leer esta semana cosas sorprendentes. Por ejemplo, que comprar una entidad por un precio exageradamente superior a una valoración razonable es algo habitual en las altas finanzas, ésas que a las criaturitas sin estudios o sin la necesaria altura estratégica les son tan misteriosas e inaccesibles…, incluidos en este saco los accionistas, y no digamos el contribuyente que soporta y soportará por años el rescate de no pocas entidades. Asombroso: resulta que despistar del control cien millones puede originar unos sinérgicos retornos financieros y de mercado que en el largo plazo estratégico -ése que ya nunca existió tras la muerte de la empresa- implicarán ventajas competitivas sostenibles que superarán con mucho el sacrificio inversor (la verborrea es deliberada). Resulta que lo de Blesa no huele a golfada ni a negligencia dolosa, ni a nada que tenga que ver con el lucro delictivo o la corrupción. Qué va a ser eso. Lo que pasa es que el Elpidio ese majarón la ha tomado con Díaz Ferrán y con Blesa, porque es enemigo de los empresarios y de Aznar. Lo que pasa, por si eso fuera poco, es que la gente de a pie no tiene conocimiento corporativo ni de las megatendencias subliminales de los mercados y las fusiones y absorciones. A ver si aprendemos a analizar las cosas con perspectiva estratégica, hombre, por Dios.

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