El momento

Lara Moreno brindó una de esas vivencias que sólo propician los magos con dominio de la hipnosis

07 de mayo 2022 - 01:47

Lara Moreno estaba condenada a la ficción desde que sus padres eligieron su nombre tras ver Doctor Zhivago, parecía llamada por ello a la épica, a abstraerse en una belleza lejana, a la melancolía de la música de Maurice Jarre y los paisajes que describieron Borís Pasternak y David Lean, pero sin embargo esta onubense nacida en Sevilla y residente en Madrid está en las antípodas del frío: su palabra desprende una verdad que agarra de la garganta a quien la lee, que quema los oídos de quien la escucha. El pasado jueves, dentro del Día de la Poesía que organizó el Ayuntamiento de Estepona, Lara Moreno brindó una de esas vivencias que sólo propician los magos con dominio de la hipnosis y los autores capaces de arrancarse el corazón, uno de esos momentos en los que el tiempo se detiene y el asombro y la conmoción toman el ánimo del público.

Habían ido varios institutos a aquel recital, y Lara, curtida en los directos que suele hacer junto al músico Dani Llamas, supo atraer a aquellas muchachas, a aquellos chavales, con la firmeza y la música sabia con que lo haría el mismísimo flautista de Hamelin. La autora de la novela Piel de lobo se interesó por la edad del auditorio, y expresó alivio al saber que no tenía que dulcificar su intervención, que ellos también habrían sentido alguna vez ya algo negro, como ella, partiéndoles el aire. La sacudida llegó de la mano de un largo poema de Tempestad en víspera de viernes, la recopilación de su poesía publicada por Lumen, un texto fiero y terrible sobre lo que a veces llamamos amor y es una soledad inmensa como un pozo, la historia de una mujer que ha llorado el Mar Muerto, que se interroga "si alguna vez en mi vida había llorado tanto tantas veces tanto rato", que se obliga a pensar en su "hija de cuatro cinco seis años", que al llevarla al colegio se pregunta si su existencia no debía ser "como el sol castaño de la mañana", que mientras trata de entenderse a sí misma se enfrenta a la violenta incomprensión de un hombre que la llama tarada, que la llama inmadura. Al final esa mujer levanta la cabeza, y dice con orgullo y con rabia que salió del infierno, que "han pasado los tornados y he seguido con mi vida".

Aquella lectura, contó después una profesora, fue una siembra: en las cabezas de los estudiantes crecieron la palabra y el pensamiento de Lara. Nosotros, los adultos que también estábamos allí, intuimos que aquellos chavales, esas chicas, recordarán por mucho tiempo a esa autora sin miedo a hurgarse en las entrañas, que con esa verdad tan lejos del frío les hizo ver que la poesía, que habían creído una flor exótica, tenía en realidad una estrecha conexión con la vida, con sus vidas.

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