Carmen silva

Una mujer fría

La primera vez que vi ‘Historia de un beso’ me quedé impactada con el monólogo final

Estoy leyendo un libro por segunda vez. Normalmente, cuando un libro o una película me gustan mucho, no vuelvo a ellos, porque no quiero que en la revisión dejen de parecerme algo magnífico, se diluya esa sensación tan placentera y me produzca un amargo sabor de decepción.

La primera vez que vi la película de Garci Historia de un beso me quedé impactada con el monólogo final de Alfredo Landa. Tuve en ese momento la sensación de que estaba haciendo un descubrimiento excepcional: la descripción más bonita y cercana a lo que yo entiendo por amor. Permítanme: “Yo creo que lo mejor que tenemos es el amor. Ese misterioso poder que sale de nuestros cuerpos. No hay nada más hermoso que pueda sucedernos. El amor como la música, la pintura, como los libros… no se busca, se encuentra. El amor es como la risa; cuando llega no hay quien pueda resistirlo. Cuando te da el amor, como cuando te da la risa, todas tus defensas se hacen pedazos. No hay dinero en el mundo para poder pagar el amor de una pareja. El amor es la mayor recompensa que tenemos las personas por estar aquí. Aunque a veces nos deje una herida en el alma de por vida”.

Me lo aprendí casi de memoria en su momento, pero aun así lo escribí en un papelito que conservo y leo de vez en cuando. No quiero volver a ver esa película jamás, porque a lo mejor, con la acidez adquirida en los 22 años que han pasado, le encuentro alguna pega.

Con este libro me está pasando lo contrario. Está siendo una lectura mucho más gozosa y creo que es precisamente por esa acidez. La protagonista es una mujer que nos narra en primera persona. Manifiesta que se siente guapa (que es mucho más importante que ser guapa). Ella nota que le corre belleza desde los pies a la garganta. Ha aprendido a mirarse al espejo y es consciente de que con la edad que tiene no le quedan más que 6 o 7 años de sentirse satisfecha contemplando esa imagen. Sabe que lo que le devuelva el espejo mañana no será mejor que lo que contempla hoy. Ha aprendido a ponerle lenguaje a su pensamiento y se confiesa consigo misma. No se hace trampas al solitario. Es madre y se da cuenta de que la ternura hacia sus hijos se ha ido disipando con la madurez de estos, no así el amor que siente por ellos, que sigue intacto. Asume que sin amor podría ir tirando, pero que sin su independencia moriría. Puede estar enamorada de un hombre porque quiere, no porque lo necesite. No tiene reparos en manifestar que es feliz y que lo es por sus propios medios. Y reconoce que hay algo de inmoralidad en su conducta de señora intachable. Apetecible pero intocable.

El nombre de esta mujer es Anita Peñalver y lo que más me atrapa de ella es que el autor del libro, Monólogo de una mujer fría, Manuel Halcón, es un hombre.

Mi adorada mujer fría es un hombre.

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