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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Abajo, más abajo de las luces, de los mogollones por el centro, las comidas de empresa y los envoltorios. Allá, más allá de la diputada Silvia Valmaña, que no se aclara con los conceptos Estado (aconfesional) y pueblo (lo que quede de pueblo en los pueblos), que es libre en su diálogo con lo sagrado y lo profano. Acá, más acá de toda apariencia: la Navidad es fiesta para niños y villanos (dicho sea en su buena acepción). Es patrimonio de la chiquillería que juega y que flipa con los colorines y los Reyes Magos, pero también de la niña o el niño que, indócil, vive en cada cual. Y es patrimonio de quienes cantan y su mal espantan, pasan de fariseos, y sin entender entienden los misterios. Hasta hace no mucho, era propio de las gentes de la villa -y no precisamente las más pías- saberse villancicos, algunos tiernos y otros deslenguados, que aún estaban sin pasar por la mesa de mezclas del mercado musical. La tradición oral que no se mantiene fresca y suelta, que no se recoge con respeto -como hizo Demófilo-, sino que se edulcora y envasa, acaba enranciándose. Era y sigue siendo propio de chaveas, de cualquier cuna y credo, alucinar con los muñecos del belén.

De los textos que Chaves Nogales dedicó a Sevilla, uno de mis favoritos habla de un muñequero. "Tiene unos pequeños moldes de escayola, de los que salen cohortes de armados, largas procesiones de nazarenos, regimientos enteros, vírgenes, apóstoles, crucificados, toros y toreros, y en Navidad reyes, pastores, ángeles y animalillos".

"Muchas horas de Epítome han perdido los niños de nuestra ciudad, por seguir, con los ojos maravillados, las creaciones portentosas del viejo imaginero, buen dios constructor de los miliunanochescos nacimientos". También los hombres, cuenta Chaves Nogales, se arrimaban al muñequero, y éste los miraba con recelo, sabedor de que aquí cualquiera conoce la escuela de escultura sevillana. Lo que yo venía a contarles -y me ha salido mientras tanto este artículo- es que hasta hace poco veía por varios lugares de Sevilla a un hombre que llevaba una procesión entera, el Rocío o un belén en la parte de atrás del coche. Aparcaba, abría el maletero y al momento niños y mayores ya estaban admirando las figuritas. Me acordé de él la otra noche, mientras miraba un escaparate de airgam boys que representaban la Cabalgata. Como el artículo de Chaves Nogales de 1921, éste mío trae niños que flipan, mujeres que cantiñean y a viejos muñequeros. Y a todos ustedes, felicidades.

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