La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La alegría de Fito
La denuncia es recurrente. Cada enero mancha páginas y redes sociales con naranjas aplastadas en aceras y calles, amontonadas en alcorques, pegajosas. Y cada año resucita la misma polémica en el Ayuntamiento de Sevilla, mientras se amontona la tarea de recoger los frutos de unos 50.000 naranjos amargos. Si además la cosecha es histórica, como ocurrió en 2021, cuando se recolectaron 700.000 kilos de naranjas, la situación se agrava, al igual que si se suma un temporal, sin contar con que la pandemia obligue a cambiar algunos planes. Y todo ello sirve en bandeja un zumo ya pasado que ensucia aún más, si eso es posible, la ciudad.
¿Se podría hacer mejor? Seguramente sí. De hecho, este año los trabajos han empezado en diciembre y el gobierno local ha anunciado hace unas semanas un nuevo contrato para mejorar este servicio. Pasa lo mismo que con los toldos que, salvando errores puntuales, nunca llegan a tiempo cuando el calor aprieta. Por muchas prioridades que se establezcan, siempre habrá no una calle, sino decenas de ellas, teñidas de naranjas. Y eso, bien lo sabe la oposición, amarga.
Lo que ocurre con este debate al igual que con otros es que, por reiterado, va perdiendo efecto. Y bien es cierto que la naranja protagonista se merece también otros enfoques, que los tiene. Muchos habrán oído hablar de la tradición, que se recuperó hace dos años, de enviar una muestra de las naranjas amargas recogidas en el Real Alcázar a la Casa Real británica para la fabricación de mermelada. Es algo anecdótico y es probable que sea menos conocida, en general, la otra vida de estas naranjas urbanas que se aprovechan para la fabricación de abonos, piensos, cosméticos y también biogás. Esto último es interesante pues las naranjas amargas de Sevilla se han convertido en una alternativa biosaludable. Basta un dato: con 1.000 kilos de este producto, se produce el equivalente al consumo eléctrico de cinco viviendas en un día. Y eso es algo en lo que ya está trabajando la empresa Emasesa.
Y hay algo más que tiene que ver con que esos naranjos se hayan convertido en todo un icono floral de la ciudad. Los sevillanos empezaron a pedir al Ayuntamiento que plantara naranjos en sus calles en el siglo XIX y fue precisamente 1929, con motivo de la Exposición Iberoamericana que ahora el alcalde quiere aprovechar como percha para atraer inversiones y oportunidades de crecimiento, cuando ello se consolidó. Hay naranjas en el suelo y réplicas de naranjas que, junto a un bote de mermelada, dentro de una estrategia para reforzar el turismo premium, ha entregado el alcalde estos días a un importante touroperador británico que se ha entrevistado con el equipo municipal para proponer acciones conjuntas. Sin duda, es un reclamo para un visitante exclusivo a quien se le enseñará cómo en Sevilla se transforma algo tan tradicional en Reino Unido. Y que demuestra que en torno a la naranja amarga hay algo más que un debate de vieja política que habitualmente se acaba con el estallido de azahar en primavera.
También te puede interesar
Lo último