Novelas del campo

18 de agosto 2025 - 03:07

Cuesta admitir que hasta los años sesenta del pasado siglo era de origen agraria casi toda la vida productiva de los andaluces. Había comarcas y ciudades que escapaban de manera parcial a ese dominio, pero el campo, en lo que éste suponía de medio de subsistencia, determinaba economía, trabajo, gustos, hábitos y tradiciones. Todo ello parece ya remoto y expuesto al olvido, dada la oleada de novedades que sacuden cada día la nueva vida andaluza. El campo ha perdido ya capacidad de ser visto y sentido como motor único de productividad y ha pasado a convertirse en entrañable decorado apropiado para visitas puntuales y escapadas de fines de semana. Pero lo que hoy puede parecer una liberación (porque aquella vida campesina dominante tuvo mucho de esclavitud y miseria) también ha supuesto una ruptura con unas raíces básicas si se quiere conocer de dónde se viene y comprender el origen de tantos comportamientos todavía vivos en estas tierras meridionales. Acoger las nuevas comodidades y disfrutar de ellas como formas modernas no obliga a desprenderse de un pasado en el que, junto a injustas dependencias laborales, creció una cultura llena de logros y manifestaciones singulares. Por eso, recuperarlo de alguna manera y mantenerlo latente, al lado de las ventajas que ha proporcionado el progreso, debería ser apuesta ineludible. Y, tal como ya se viene insistiendo en estas páginas, en estas últimas semanas, la lectura unas novelas es el medio recomendable. El libro de historia tiene otros cometidos ventajosos, pero la novela es la compañera ideal que mejor se acomoda para revivir en la memoria antiguas escenas y vivencias. En ese nuevo viaje iniciático puede prestar una primera ayuda Fernán Caballero, con una novela poco conocida, Clemencia, que supuso un primer intento, que podría llamarse antropológico, por dar a conocer la mentalidad y hábitos de una cierta aristocracia andaluza, todavía pudiente y recluida con autosuficiencia en su cortijo. Otro episodio, colindante con el anterior título, lo muestra otra novela, Doña Inés, de Juan Valera, en la que la anterior aristocracia aparece ya arruinada, con sus bienes en manos de su antiguo administrador, encarnando la nueva figura del cacique. Figura que una vez enriquecido representará al nuevo burgués que protagoniza Historia de una finca, de José y Jesús de las Cuevas, y que dotará de un nuevo prestigio social a la propiedad de la tierra. Pero mientras tanto, dentro de esas fincas viven jornaleros y campesinos, con sus penurias y disfrutes, tal como los describe José Mas en Luna y sol de marisma. En el campo, incluso en el reducido entorno de un río, pueden coincidir una gran exhibición de conflictos, que, gracias a su capacidad narrativa, supo aglutinar Manuel Barrios en Vida, pasión y muerte en Río Quemado. En ese mismo campo andaluz, cobraron vida personajes que han desbordado sus límites literarios y anunciaron nuevos valores que se avecinaban, tales como la Manuela, de Manuel Halcón, o el furtivo de El Mundo de Juan Lobón, de Luis Berenguer.

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