Jamás ocurrirán

13 de julio 2025 - 03:10

Suelo recurrir a una frase de Mark Twain que, aun no siendo totalmente original (la misma idea fue expresada antes por Séneca y por Michel de Montaigne), me ayuda a templar una ansiedad que nunca me ha abandonado. Atestigua Twain: “Las peores cosas de mi vida jamás me ocurrieron”. Esos miedos que van atormentando nuestra existencia, esos “y si…” infinitos que van aterrorizándonos, en su inmensa mayoría no sucederán.

Tal desarreglo se produce por exceso. Preocuparse es humano. Nos permite anticiparnos a los peligros, prevenirlos y, llegado el caso, neutralizarlos. Pero no hay que dejar que el abanico de circunstancias posibles nos paralice. Entre otras razones, porque tenemos la estadística a nuestro favor. Un estudio de la Universidad Estatal de Pensilvania refleja que, de media, el 91% de los pavores de las personas no se hacen realidad. Entre los que se sitúan en el pasado (y son ya inexistentes o inmutables), los que se centran obsesivamente en la salud y aquellos otros que componen una miscelánea inconexa de alarmas difusas, apenas nos queda un 9% de desvelos fundados.

Téngase en cuenta, además, que, aunque hipertrofiada, la inquietud nos ha hecho llegar hasta aquí. Sin el estrés y la alerta no hubiéramos sobrevivido como especie. No se trata tanto, pues, de despreocuparse como de responder a cada zozobra en su justa medida. Es cierto que hoy no nos ayuda la multidifusión de millones de mensajes intranquilizantes. Resulta desde luego paradójico que en el mundo más seguro que ha existido, sintamos inseguridades permanentes. El exceso de información, la multiplicación de moralizadores, el descontrol que introduce un universo de verdades relativas y relativizantes, aumenta la sensación de indefensión, la percepción equivocada de los muchos huecos por los que podría escapársenos la felicidad.

“Lo importante, señala la psicóloga Francisca Expósito, no es tanto preocuparse, sino ocuparse”. Relativizar, racionalizar lo que se piensa y cerrar las preocupaciones. Para ello, aconseja reflexionar, acudir a la experiencia (o sea, zambullirse en el horror que te mortifica) y, cómo no, aceptar que en la vida no es todo perfecto ni todo es malo. ¿Funciona? Qué quieren que les diga. En mi estúpida cabeza, si acaso fugaz y débilmente cuando el pánico aprieta y el alma tirita.

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