¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Ussía, el último acto del “otro 27”
Finalmente Juan Manuel Moreno Bonilla decidió el cese, ineludible, de la consejera de Salud y el impulso de un plan de choque para atajar el escándalo de los cribados del cáncer de mama (por cierto, ¿hay radiólogos en el mercado para su contratación inmediata?).
La posición del presidente de la Junta ha salido debilitada de esta crisis. Porque lleva tres consejeros de Salud en siete años y ninguno de ellos ha satisfecho las expectativas (y dos están envueltos en procedimientos judiciales). Porque una crisis de gobierno forzada es lo último que conviene a un gobernante que a corto plazo tiene que convocar elecciones para revalidar su cargo (por cierto, ¿qué fue de aquello de limitar su poder a dos mandatos?). Y porque la oposición ha encontrado en la sanidad el talón de Aquiles de la política de la Junta. El eslabón débil de la cadena de una gestión aceptable y discreta en líneas generales.
Si no estuviera tan contento consigo mismo y escuchara menos a su corte de aduladores, Moreno Bonilla estaría más en condiciones de detectar cómo crece la hierba bajo sus pies y qué se cuece en los hospitales, los centros de salud y los hogares de los andaluces. En esos lugares se incubó durante años la derrota de Susana Díaz, aunque influyeron también factores que no concurren en el caso del líder del PP.
Pero el precedente lo tiene ahí, y sólo cuatro escaños de 109 lo separan de perder su comodidad y tener que gobernar con Vox. Sería un gran fracaso. El PSOE andaluz, languideciente como nunca en su historia contemporánea, ha encontrado en el fallo de los cribados el argumento que necesitaba para demoler al adversario de la derecha que más daño le ha hecho en cuarenta años.
Emplea alguna mala arte. Como atribuir el escándalo del cáncer de mama a la privatización de la sanidad pública que estaría impulsando Moreno Bonilla. Como relato para las huestes más simples puede valer. La verdad es que los conciertos con el sector privado existen desde que nació el SAS, no suponen el fin de la sanidad pública, universal y gratuita, y actualmente Andalucía los suscribe por debajo de la media nacional. Sufrimos, eso sí, listas de espera insoportables, la inversión sanitaria sigue siendo insuficiente (hay cierta condena objetiva para cualquier responsable de sanidad: el envejecimiento de la población multiplica constantemente la demanda) y se producen fallos imperdonables.
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