DERBI Betis y Sevilla ya velan armas para el derbi

El pecado de la carne

En mi memoria resulta inevitable relacionar lo carnal con el pecado, los crujidos de la capilla y el carbonero Manolo

Para las niñas de los sesenta el pecado de la carne es que repitieras de albóndigas o robaras una chuletilla del plato vecino, habida cuenta de que, al menos en mi caso, nuestro conocimiento de la anatomía humana se limitaba al esqueleto del laboratorio escolar, según aseguraban lo que quedaba de un carbonero llamado Manolo. Si de ciencias andábamos cortitas, a espectros no nos ganaba nadie: la celebración estrella del colegio do fui instruida (¡) sirvió a Fernando Iwasaki de inspiración de uno de los cuentos de terror de su Ajuar Funerario. Tras la capilla, junto a la sacristía, las fervorosas hermanas honraban el cuerpo -aseguraban que incorrupto aunque por si acaso manos y rostros estaban recubiertos con cera- de la madre fundadora y a su lado (ahí quedó prendado Iwasaki) una imagen de la Inmaculada Concepción, con el cabello cayéndole desde la testa a la cintura, que había pertenecido a la difunta. Así que en mi memoria resulta inevitable relacionar lo carnal (hacíamos vigilia en el comedor, a no ser que tu padre pagara la bula) con el pecado, los crujidos de la madera de la capilla y el carbonero Manolo. Por cierto que, por seguir aclarando, las oriundas de la sierra de Aracena y Jabugo sabemos que la ingesta de jamón serrano tiene indulgencia plenaria y que no es carne ni pescado, sino un regalo de los dioses y los gorrinos.

Hoy la idea del "pecado de la carne" es literal y afecta a todas las creencias y a todas las morales sexuales o asexuadas. De la lujuria hemos pasado a la codicia, dejando a la gula como un mal menor, saciada precisamente a costa del lucro de la segunda. La voracidad está agotando al planeta por tierra, mar y aire, de manera que vigilias, ayunos y mortificaciones de antaño vuelven a tener sentido, aunque más que tabla de salvación vamos necesitando un planeta nuevo antes de que este se nos muer. Desde la FAO, OMS, entidades científicas y hasta el Vaticano se nos advierte del abuso de la carne aunque siempre haya quien niegue la mayor (el calentamiento global, el agotamiento de recursos) o la menor, esto es: las soluciones a corto plazo. Esta semana hemos oídos relacionar los incendios con la "persecución del ministro Garzón a la ganadería". Como si las macrogranjas no fueran precisamente la principal amenaza a nuestro campo y a nuestras cabañas. Por no hablar del abuso de proteína animal del que nos advirtieron ya el Nobel Severo Ochoa o su alumno y amigo, Grande Covián. Los dos asturianos, do las carnes suelen ser de primera. Grande reposa en su Luarca natal, en un cementerio-balcón a ese Cantábrico bravo y hermoso. En los cuarteles de nuestro ejército hay menú vegano. Y eso que, como los sabios mencionados, no son "socialcomunistas", que se sepa. Cuánta palabrería huera.

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