La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Objetivo, el Rey
Las placas de señalización de buenas prácticas en el barrio de Santa Cruz se las podían haber puesto hace muchos años los alcaldes y concejales en sus despachos. Está bien que se prohíban las actuaciones callejeras, el uso de las radioguías o que los grupos turísticos no excedan las 30 personas, y que se recomiende el cuidado del patrimonio, respetar la privacidad de los vecinos o no obstaculizar las entradas a edificios. Pero si todo esto pasa no es solo por el fenómeno del turismo masivo, sino sobre todo porque durante muchos años se han dado licencias de bares, restaurantes, veladores, pisos turísticos y hoteles sin tener en cuenta la saturación que ha matado la vida del barrio y convertido calles y plazas en comederos al aire libre. Lo que provoca la huida de los vecinos de entornos que, siendo turísticos, eran gratos, la desaparición del comercio de proximidad y la degradación del barrio a gran superficie temático-turística-comercial.
La responsabilidad de la saturación por sobreexplotación turística del barrio de Santa Cruz es de los ayuntamientos que se han ido sucediendo en lo que llevamos de siglo XXI. Viví en él en 1964-1965 y volví en 1982. Habían pasado 20 años y poco o nada había cambiado. Seguían viviendo vecinos, se olía a puchero y a guisos –domésticos, no hosteleros– al mediodía en todas las calles –porque todas, hasta las más recónditas, estaban habitadas por un vecindario interclasista–, se oían tras las clases en el colegio de Mesón del Moro, el parroquial o las Escuelas Francesas la algarabía de los niños y los chavales –tan distinta de la turística– y seguían abiertas la lechería de Dolorcitas, el ultramarinos de Paco, la tienda de antigüedades y souvenirs de Linares, el quiosco de Virgen de los Reyes, las papelerías de Mateos Gago y de Vilches o los tres bares que, si no recuerdo mal, eran los únicos de todo Mateos Gago: la tabernita que hoy regenta Álvaro Peregil, el Alcazaba y el Giralda.
Santa Cruz es un barrio turístico desde que el turismo existe. Su completa remodelación en el entorno de la Exposición del 29 lo convirtió en una hermosa postal dignificada por el genio de los arquitectos regionalistas. Pero era una postal habitada por sus vecinos, llena de vida cotidiana. Si ha dejado de serlo no es solo a causa del turismo masivo, sino por su sobreexplotación autorizada por los ayuntamientos del último cuarto de siglo.
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