Una postal para Juan Antonio

Con tu ejemplo demostrabas que inteligencia y bondad no están reñidas, que la lucidez y la generosidad pueden ir juntas

19 de noviembre 2022 - 01:47

Reviso en la bandeja de entrada el último correo que me enviaste y encuentro un mensaje de mediados de octubre. Hablas de mandar en un futuro una reseña de un libro de Raquel Lanseros, anticipas otra pieza de una novela de una autora iraní, Parinoush Saniee, pero confiesas que ya los preparativos del festival de cine te tienen ocupado y que no sabes si el trabajo te permitirá escribir esos textos. Compruebo con espanto, con pesadumbre, que cuando recibí tus líneas yo andaba liado y dejé tu mail entre las tareas pendientes de contestar. Me duele ahora saber que nunca llegué a responderte. Por eso, aunque la compañera Carmen Camacho te ha recordado en estos días en un retrato hermosísimo, necesito romper aquí mi silencio y añadir unas palabras, como una posdata a esa carta, como si tus amigos te mandáramos una postal compartida desde algún destino turístico, para que sepas que nos acordamos de ti, o mejor dicho: que nos acordaremos siempre de ti.

Nunca te lo dijimos, porque tu pudor habría llevado con incomodidad el halago, pero con tu ejemplo nos demostrabas que la bondad y la inteligencia no están reñidas, que la lucidez no conlleva los peajes del descreimiento y el cinismo, que la razón podía acompañarse de la generosidad y la calidez. Nuestra amiga Almudena rescataba unos versos tuyos, Apuntes para otra poética, en cuyo final enseñabas tu alma tan noble: "No hundir al otro en nuestro nado. / No hundir al otro". Tiene razón Almudena: esa filosofía no revelaba sólo tu manera de escribir, también tu modo de estar en el mundo. Ni sospechas lo que te admirábamos -y si te lo hubiésemos dicho habrías reaccionado con esa sonrisa tímida y socarrona que gastabas-, pero en eso despertabas un extraño consenso: recuerdo una conversación en un taxi no hace mucho con otra amiga, Amalia, en la que expresábamos nuestro asombro por la entereza y el buen ánimo con los que te enfrentabas a esas largas operaciones y fastidiosas convalecencias, por ese carácter tuyo que desentonaba en una sociedad instalada en la queja. Por esa charla asomaron también, claro, tu bondad, tu humor, tu inteligencia. Leyéndote, dialogando o conviviendo contigo, siempre se aprendía de ti. De cine, de literatura, de la vida.

El sábado nos vimos en la lectura del palmarés del festival y te comportaste con tu amabilidad acostumbrada, no hubo reproches por ese correo nunca contestado. El martes nos despertamos con la terrible noticia. Nuestro amigo Paco me escribió entonces, y añadió que eras un tipo muy querido. A ese cariño inmenso que has dejado, que dejan a su paso los hombres buenos, es en verdad a lo que todos aspiramos.

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