NADIE duda hoy que nuestro tradicional paso de palio fuera un exclusivo "invento sevillano" para glorificar a la Madre de Dios durante siglos. Sin embargo, a mediados del siglo XIV en la antigua capital de la frontera de Andalucía no siempre fue así. Los orígenes del palio en nuestra ciudad aparecen ligados a la sacralización regia de la monarquía castellana.

Sevilla recibió por primera vez al joven rey Alfonso XI en 1327, "con vn paño de oro muy noble e truxeronlo en varas ençima del rey", que portaron con altas varas los nobles más notables de la ciudad. Es la incipiente referencia a un palio en Sevilla. La singular escena se repite también en 1340 con la entrada en la ciudad de Alfonso XI y su suegro, Alfonso IV de Portugal. El cronista castellano señala que el cabildo hispalense "mandó que quando los reyes entrasen por la ciudad que los cobriesen de un vn paño de oro, que es llamado palio". A partir de entonces, el uso del palio se generaliza pero sin abandonar nunca su simbología regia y sacralizada.

Trento y la Contrarreforma extendieron en Sevilla esta singular manifestación al ámbito procesional de las cofradías de penitencia. Y así conocemos que ya en 1619 la sagrada imagen de Jesús Nazareno procesionaba bajo un techo de palio encargado por su hermano mayor, el célebre Tomás Pérez. A semejanza del Nazareno, la Virgen Santa María con San Juan adoptaría también este mismo modelo, según el abad Alonso Sánchez Gordillo.

El ejemplo del primer paso de palio mariano de la Hermandad de la Santa Cruz de Jerusalén fue adoptado progresivamente por otras cofradías de penitencia sevillanas. En cambio, el palio del Nazareno se desestimó muy pronto. No así el de la Santísima Virgen de la Concepción, pues en 1678 el nuevo paso de palio, posiblemente ya de seis varales de plata, obligó a la reforma de la puerta de la Real Iglesia de San Antonio Abad por la antigua calle de las Armas.