La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Las gildas conquistan Sevilla
No tienen que ir a ningún parque de atracciones para experimentar sensaciones fuertes subiéndose a los más sofisticados artilugios que les dejen caer o les pongan bocabajo. Tampoco tienen que jugársela practicando deportes adrenalínicos o gastarse un pastón contratando un viaje de turismo de riesgo para sentir “emociones fuertes o experiencias únicas”, como dicen algunas publicidades. Les basta sacar un billete de tren.
¿Saldrá puntual o tendremos que esperar en una estación abarrotada llena de usuarios sudorosos y cabreados, lo que indudablemente fomenta el mutuo conocerse entre desconocidos e incluso el nacimiento de nuevas amistades? ¿Llegará a su destino en la hora y hasta el día que indica el billete o no? ¿Andará al compás de aquel chacachá del tren que cantaba El Consorcio o le dará por pararse en medio de la nada, bajo un sol de justicia, sin aire acondicionado y sin ventanillas que puedan abrirse, hasta que muchas horas y muchos sofocos y sudores –e incluso algún ataque de ansiedad– más tarde vengan a rescatarnos?
Tras las brillantes y muy socialistas gestiones de José Luis Ábalos, Raquel Sánchez y Óscar Puente lo que hasta ahora era aburridamente previsible se ha convertido en una aventura. Sin aumento del precio del billete. Y con sano sentido del humor un punto chulesco que coloca en las estaciones carteles que dicen “Disculpen las mejoras”. A Renfe solo le falta colocar, suspendidos de los techos de las estaciones, dos brazos gigantes que hagan cortes de manga a los usuarios de sus malos servicios.
Los que somos muy peliculeros hemos dado en pensar si tras Oscar Puente no se esconderá el coronel Saito, el sádico jefe del campo de prisioneros de El puente sobre el río Kwai que encerraba a Alec Guiness en una minúscula celda de latón expuesta al sol de la que salía dando camballás, tan achicharrado, deshidratado y maltrecho como los usuarios de Renfe agraciados por un parón de muchas horas bajo el sol. Como –por citar a los últimos, o quizás penúltimos– 427 desdichados que se subieron al tren Alvia Madrid-Cádiz el pasado domingo. ¿Disculparían las mejoras o se cagaron en todo lo que se menea, por citar una expresión castiza y chulesca a juego con el ministro que dijo que “el tren vive en España el mejor momento de su historia”?
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