La ciudad y los días

carlos / colón

Más sobre las redes y el pescador

QUE si su primer tuit supera los 100.000 retuits. Que si lo hizo llegar a casi dos millones de followers. En un servidor de noticias leo: "El Papa envía su primer tuit pata bendecir a sus seguidores". Como si el hombre fuera una estrella pop o un futbolista. Decía hace unos días, a propósito de la rechifla general con el tuiteo del Papa, que Dios cabe en el arte, en la música o en la poesía -bastarían Juan de Mesa, Bach y Juan de la Cruz para demostrarlo-, pero no en los medios de masas. Éstos, lejos de ser vehículos pasivos de los mensajes, los construyen: el famoso "el medio es el mensaje". Parece que nadie ha advertido al Papa de estas cosas. Y eso que McLuhan era católico.

Pier Paolo Pasolini, el único director que ha sabido dar razón del Evangelio en el cine, escribió en 1974 estas palabras que los años las han convertido en proféticas. Su valor excusa lo extenso de la cita: "En su ansia ciega de estabilidad y permanencia la Iglesia no ha intuido que la nueva burguesía consumista no la necesita, relegándola a aquel mundo humanístico del pasado que constituye un impedimento para la nueva revolución industrial que ya no se contenta con que el hombre consuma, sino que pretende que no sea concebible otra ideología que la del consumo: un universo neolaico, ciegamente olvidado de todo valor humanístico… Para la religión, y sobre todo para la Iglesia, ya no hay más sitio… Si muchas y graves han sido las culpas de la Iglesia en su larga historia de poder, la más grave de todas sería la de aceptar pasivamente su propia liquidación por parte de un poder, el del consumo, que se ríe del Evangelio… La Iglesia podría ser la guía, grandiosa pero no autoritaria, de todos aquellos que rechazan el nuevo poder consumista que es totalmente irreligioso. O hacer esto o aceptar un poder que no la quiere más: o sea, suicidarse. Y habla un marxista en cuanto marxista, porque hoy más que nunca tiene sentido la afirmación de que el capital transforma la dignidad humana en mercadería de cambio".

Si esto era cierto en 1974, antes de la sociedad hiperconsumista, de la modernidad líquida, de la explosión de las redes sociales, de la ferocidad neoliberal y de la crisis de la sociedad del bienestar, imagínense lo que podría decirse hoy sobre la transformación de la dignidad humana en mercadería o sobre la liquidación de la Iglesia por parte de ese nuevo poder totalmente irreligioso.

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