La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla de las colas
PEDRO Sánchez no debió prestar atención a Felipe González cuando avisó de que no ceder al chantaje tenía un precio, pero que claudicar era aún peor porque nunca sabes el coste. El propio presidente lo sufrió en sus huesos en mitad de la tortura a la que le sometió Puigdemont este miércoles. Aún le quedaba medio sapo por tragar y ni él sabía bien lo que cedía, ni los independentistas qué más pedirle. Nadie imagina hasta dónde llegará el prófugo con su humillación, ni la ambición de poder que adorna al líder del PSOE, pero a este paso, en seis meses, achicharrará a sus ministros y Podemos hará lo propio con Yolanda Díaz tumbando todos sus planes.
Varios diputados socialistas, al intentar describir el Senado tras quedar convertido en un circo de tres pistas con su líder a merced de sus socios, no hallaron las palabras exactas y nos recordaron al replicante Roy Batty, de Blade Runner: “He visto cosas que nunca creeríais: Atacar naves en llamas más allá de Orión... Todos esos momentos se perderán en el tiempo (...) Es hora de morir”. Esta legislatura Sánchez se propone eliminar la capacidad de asombro del personal y ha demostrado tener estómago para lograrlo. Al desaparecer de la escena, como suele ocurrir en las sesiones más crudas, se desconoce si siguió el esperpento con un digestivo desde su restaurante favorito -como Rajoy el día de su moción de censura- o si lo siguió desde los pasillos con el móvil. Ya nadie dice la verdad. Por la nerviosa risa posterior del presidente tras su victoria más pírrica, tuvo que ser muy duro para todos. Y aunque hay socialistas con voz propia, pocos la utilizan en el Congreso. María Jesús Montero nos dejó aún más preocupados al tratar de tranquilizarnos: “Todo lo pactado es replicable para el resto”, destacó. ¿Y para qué? Por si las moscas, la Junta ya ha dejado claro que no quiere el control de las fronteras, porque sería caótico. Es cierto que la radicalización es contagiosa y hasta Juanma Moreno apela a la cogobernanza con el Estado a la menor ocasión. Pero de ahí a exigir las competencias en inmigración...
Todo parece posible con Sánchez. Tras ceder la amnistía, el uso del catalán hasta en la sopa, la inmigración, la quita de la deuda, los Cercanías y la publicación de las balanzas fiscales para que quede claro que España les roba, aún veremos cosas peores y nadie se inmutará. Al final del calvario, el presidente no tendrá más que ofrecer a los independentistas salvo el Ejército y una moneda singular catalana: la pela de cobre auténtica. Entretanto, ese revolucionario de salón que es Puigdemont está logrando lo que quería: ver a los territorios discutir sobre cuál aporta más al Estado y cuál recibe menos. Los comicios catalanes se acercan y ya sueña con pasar de prófugo a presidente por la gracia de Sánchez. Los guardias cuadrándose a su paso y sus paisanos saludándole entre aplausos mientras se pellizca para comprobar que está despierto.
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