¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

El safari barroco

Había mucho de safari en aquellas jornadas agotadoras y felices, en las que las cofradías vistas eran trofeos  Una mesa en el Tiro Los sevillanos no existen

EL catálogo de lugares comunes y frases hechas sobre la detención del tiempo en Semana Santa es grueso como un antifonario, pero eso no significa que no esconda algunas verdades. No para todos, claro, pero es cierto que para muchos sevillanos estos días sagrados son una especie de agujero de gusano que los conectan con un extraño mundo donde siempre es Semana Santa, aunque no siempre pasan las mismas cosas. Es paradójico, pero la mezcla de repetición y cambio perpetuo es la principal característica de estos días. En Semana Santa creemos que estamos habitando el mundo de nuestros antepasados, pero probablemente ellos no reconocerían hoy gran parte de las tradiciones que erróneamente creemos ancladas en lo más profundo de nuestro pasado. Esa convivencia de lo ancestral con lo moderno, de lo novelero con lo telúrico, es lo que hace imbatible una fiesta que conjuga a la perfección la más depurada estética litúrgica con las mecidas canis de algunos pasos de misterio; el traje azul de los adolescentes pijas con los escotes vertiginosos y periféricos.

Echo de menos aquellos años en los que era capaz de mudarme durante una semana al Barroco, ese Barroco contemporáneo y mestizo que es la Semana Santa de Sevilla. Lo hacía sin apenas equipaje y con la buena compañía de algunos amigos con los que compartía un cierto espíritu deportivo a la hora de salir a ver procesiones. Había mucho de safari en aquellas jornadas agotadoras y felices, en las que las cofradías vistas eran exhibidas como trofeos y marcadas con la quemadura de un cigarrillo sobre el programa del periódico. Gran parte de la muy limitada cultura cofrade que tengo se lo debo a aquellos veintitantos, cuando todavía se podía tomar una cerveza y una tapa sin sufrir el acoso del turismo o de los nuevos inquisidores que quieren convertir la Semana Santa en su coto privado.

Cualquier periodista o lector de periódicos sabe que la Semana Santa es un tiempo plagado de noticias (estrenos, cambios de recorrido, suspensiones por la lluvia, miles de incidentes, curiosidades...). Esas noticias no tienen nada que ver con las habituales (el Procés, Palestina, la Guerra de Ucrania...) sino con un mundo paralelo donde todas las claves son diferentes. Para los que la viven, la Semana Santa tiene la capacidad de trasladarlos a otro mundo. En cierta manera tiene algo de evasión, de viaje lisérgico, de alucinación colectiva e individual. Cuando regresan, el Domingo de Resurrección, en sus zapatos aún queda algo de polvo de oro y el recuerdo vago de unos días que se vivieron entre volutas, terciopelos, vánitas y candelerías. Yo me acuerdo, y eso, quien lo duda, es una riqueza. Como el que viajó a la Ciudad de los Césares y volvió para contarlo.

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