¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Una mesa en el Tiro

Hoy ya nadie quiere libracos cogiendo polvo en sus casas y se deshacen de ellos como pueden Los sevillanos no existen Mi imperio por un Durruti

La plaza del Tiro de Línea

La plaza del Tiro de Línea / DS

SIMPLIFICANDO en exceso se puede decir que a la plaza del Tiro de Línea suelen ir dos tipos de personas: las clientas de siempre y los advenedizos. Las de toda la vida suelen ser mujeres populares y empoderadas, que manejan el argot de los placeros, critican los precios y preguntan por la parentela de los más veteranos. Son las jefas del cotarro. A veces, van acompañadas por hombres silenciosos, del estilo de los que dibujaban Mingote y Forges, que se limitan a sonreír y a cargar con las bolsas de “aquí mi señora”. Los advenedizos –grupo al que pertenezco– son mucho peores. Suelen ser visitantes de fin de semana y acuden al mercado con cierto aire de aventurero, como si hubiesen viajado al Saigón de entreguerras. Compran caro y mal, y ven todo un alarde gastronómico adquirir unas rodajas de merluza para hacer una receta consultada en YouTube. Después, posan en casa como si fuesen el mismísimo Auguste Escoffier. Eso sí, algunos han leído los artículos gastronómicos de Pla, Néstor Luján, Xavier Domingo, Cunqueiro o Camba... y saben mucho de la genealogía del chocolate y los viejos vinos de Borgoña. Son (somos) a la cocina lo que los petimetres del slim fit a la elegancia.

Pero la plaza del Tiro de Línea tiene otros alicientes: un par de buenos bares (uno de ellos con una bien surtida bodega de aguardientes para amenizar la mañana) y una mesa de playa en la que el pueblo soberano deja los libros que ya no quiere y que espigan los culturetas del barrio y cercanías. El pasado sábado me encontré a un antiguo y estimado compañero de la Facultad de Historia que miró con envidia mis dos hallazgos del día: el Bomarzo de Mújica Laínez y una edición del Mío Cid con las dos versiones (en paleocastellano y en español moderno). Mi amigo se tuvo que contentar con un par de tomos de Gironella. Querido Jorge, al que madruga...

Sin embargo, lo normal es que la mesa esté llena de viejas enciclopedias médicas, libros divulgativos sobre los átomos o el ADN, manuales de Sociales de BUP, biografías de próceres de la Historia... todos esos libros que dieron un cierto tono a los mueble-bar de las clases media y trabajadora españolas en los finales del siglo XX, cuando la cultura escrita era tenida como un signo de distinción y una oportunidad para la promoción social de los hijos. Hoy ya nadie quiere libracos cogiendo polvo en sus casas y se deshacen de ellos como pueden. Los más solidarios en mesas como las de la plaza del Tiro de Línea; los menos, tirándolos directamente a la basura. Los beneficiados de este gran zafarrancho de limpieza son los libreros-manteros que proliferan en nuestras calles y los rebuscadores de papelotes y letras, siempre a la espera de ese libro que justifique tantas horas de navegación entre océanos de ácaros. Y ese libro, no lo duden, siempre llega.

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