¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Mi imperio por un Durruti

¿Qué mejor método para conocer los problemas de la sociedad que aguantar a borrachos y proveedores tras una barra? La casa El Tarotín de Manolo Darnaude

El bar Garibaldi

El bar Garibaldi / DS

EN cuanto pise Madrid me voy al Garibaldi y me pido un Durruti Dry Martini, el cóctel estrella del nuevo bar de Pablo Iglesias&Co. Lo haré a la salud del anarquista que murió un 20-N en el frente de Madrid, sin que aún se sepa muy bien a manos de quién, si de un francontirador nacional o de un sicario comunista. Teorías hay para todo. Brindaré, claro está, por Durruti, porque era un hombre bragado, hijo de su época –con sus equivocaciones incluidas–, que no creo que se sintiese muy identificado con el progresismo de salón que practican muchos de los que acudirán a copear al garito de Iglesias.

Los hay quien han puesto el grito en el cielo porque Pablo Iglesias haya abierto un bar. No lo entiendo. Siempre se les reprocha a los políticos que viven en burbujas, al margen de los asuntos reales de los ciudadanos. ¿Qué mejor método para conocer los problemas de la sociedad que aguantar a borrachos y proveedores tras una barra? Otros critican el sesgo político de la tasca. Me imagino que son de esos que quieren un mundo Don Algodón, de colores suaves y conflictos cero. Una farsa. Siempre ha habido bares de fachas y rojos, los primeros con una botella de tinto peleón con el Caudillo en la etiqueta; los segundos con una foto del Ché Guevara, que también fusiló lo suyo. Personalmente los prefiero a prostituir mi estómago y mi alma en un Starbucks. El único bar politizado al que no he tenido estómago para entrar es una Herriko Taberna, y eso que la curiosidad me ha picado alguna vez. Imagino que ahora estarán llenos de sanchistas compartiendo chatos de vino y gildas con esos seres de luz que son los exetarras.

Está bien lo del nombre Garibaldi, “prodigioso mosquetero de la Libertad y aventurero de la Gloria”, como lo llamó Rubén, nuestro Rubén. Fue el hombre que le dio color a la unificación italiana, aunque el gato al agua se lo llevaron Victor Manuel II y el Conde de Cavour, hombre superdotado para la política que consiguió convencer a todos de que los intereses del Piamonte eran una causa nacional. Casi como los catalanes, pero sin llegar a tanto.

Sobre todo, le deseo mucha suerte a Iglesias. Que su bar sea el marco incomparable de cogorzas, amistades y amores. Y si después, con cuatro Durrutis en lo alto, hay que cantar A las barricadas con voz de tenor etílico, pues adelante, me sumo. Ahora mismo daría mi imperio de VPO por tomarme uno de esos brebajes.

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