
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La ciudad merece una Santa Justa mejor... y sevillana
La calle San Pablo es denominada así por los sevillanos muy probablemente desde época medieval, debido al convento dominico de San Pablo el Real fundado tras la conquista cristiana de la urbe andalusí y donde se establecería el primer Tribunal del Santo Oficio. Discurre hoy en día desde la Plaza de la Magdalena hasta Puerta Triana. En el plano de Olavide aparece como Ancha de San Pablo, una calle con gran trasiego de viandantes y vehículos de todo tipo desde antaño, heredera de la bulliciosa vía de salida y entrada a la ciudad a través de la malograda Puerta de Triana. Un gran Parador de Diligencias existía en el siglo XIX en la acera de los pares, donde los viajeros descansaban, comían y, en su caso, dormían; donde se cuidaban los caballos para la reanudación del viaje. El periódico El Porvenir describía el caos urbano de la zona pocos años antes del derribo de la puerta en 1869: “La calle San Pablo, si no es la más, es de las más transitadas de Sevilla, ya que por su proximidad al ferrocarril de Córdoba es la primera que atraviesan los viajeros que procedentes del norte vienen a este rinconcito del cielo; por efecto del mucho paso de carruajes y caballerías es la más sucia de la capital”.
Un magnífico laurel de Indias (Ficus microcarpa) se yergue hacia las alturas en San Pablo, junto a naranjos y plátanos de sombra, buscando una luz solar que le es esquiva. Un árbol majestuoso de copa amplia y sombra benéfica en épocas caniculares, oriundo de regiones de Asia y Oceanía, que exhibe un follaje perenne de hojas coriáceas con un intenso verde brillante. El término latino ficus es equivalente a higuera e higo, dibujando sus ejemplares mayestáticas siluetas en parques, jardines y diversas plazas emblemáticas de la urbe hispalense: San Francisco, San Leandro, Santa Ana o Chapina. Ocho de ellos presidían desde mediados del siglo XX hasta fechas recientes la Plaza de la Encarnación, los cuales desaparecieron a lo largo del tiempo por el ansia descontrolada de intervención en espacios históricos de gran raigambre. El laurel de Indias es una planta esplendorosa con un carácter selvático que nos lleva a tierras legendarias, siendo además uno de los árboles urbanos que más purifican el aire al eliminar gases contaminantes en cantidades elevadas. Considero casi un milagro que este singular árbol haya permanecido hasta nuestros días contra viento y marea en esta caótica vía. Mantengamos la esperanza de que el esbelto, salutífero y acogedor ficus de San Pablo nos siga ofreciendo su amparo entre el bullicio al sentarnos en el poyete circular de su alcorque, mientras irradia el reflejo de sus hermosas hojas y de sus higuitos sobre una grandiosa iglesia conventual que es recuerdo permanente de la dilatada historia de Sevilla. “Las hojas del ficus son corazones de estrellas,/ se elevan como manada de gestos que zurcen mares,/ trepan el aire como gorriones de vuelo zigzagueante. /.../ Sólo son hojas,/ sólo se aman,/ sólo se elevan” (Alejandro Campos Oliver).
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