
Antonio Brea
Ni Washington ni Moscú
Alto y claro
La Plaza Nueva está demasiado cerca del Palacio de San Telmo. Basta un paseo por la Avenida de la Constitución y la Puerta Jerez de poco más de seiscientos metros para ir de un sitio a otro. Quizás porque la Avenida sea un páramo sin resguardo para el sol, la sombra de la sede del poder autonómico se proyecta con fuerza sobre la del gobierno municipal y esa sombra lo limita y lo condiciona. Se ha discutido hasta la saciedad si Sevilla sale ganando o perdiendo por ser la sede de la Junta de Andalucía y de sus principales instituciones. Incluso ha habido algún intento, hábilmente cercenado por Málaga de forma fulminante en cuanto se ha planteado, de que una ley de capitalidad compensara a la ciudad por los costes derivados de la capitalidad política, aunque nadie ha dejado muy claro cuáles son esos costes.
Lo cierto es que en Sevilla ocurre algo que no sucede en Málaga, en Huelva o en Jaén. El Ayuntamiento, con ser importante, está en un segundo plano y su protagonismo social y político queda velado ante el de la Junta de Andalucía. Es un pacto no escrito pero que se admite por el inquilino municipal, sobre todo si comparte siglas políticas con el todopoderoso presidente regional. Dicho de otra forma, en Sevilla el presidente de la Junta tiene un protagonismo en todos los órdenes que no tiene el alcalde y eso se comprueba en cualquier acto social que se convoca cada día o incluso en las páginas de los periódicos locales. En el resto de las capitales de la región todo pasa por el Ayuntamiento. En Sevilla solo pasa lo que es estrictamente local.
Al alcalde, siempre que sea del mismo partido que el presidente regional, se le pide discreción, perfil bajo y no provocar dolores de cabeza en la Junta con reivindicaciones extemporáneas o críticas de gestión. Pero si uno tira para la calle de San Vicente y otro para la de San Fernando, el enfrentamiento está servido y la Plaza Nueva se utiliza de trinchera avanzada para la conquista de San Telmo.
Esa fue la realidad política durante el largo mandato de Manuel Chaves y sucesores. Y se vuelve a percibir ahora con intensidad en las relaciones, manifiestamente mejorables, por otro lado, entre José Luis Sanz y Juanma Moreno. Hace unos días, el alcalde hacía balance de su primer año. Admitía una leve autocrítica en temas como la limpieza de la ciudad, pero se abstuvo de señalar a la Junta en temas de infraestructuras pendientes o en la negativa a poner en marcha la tasa turística en la que Sevilla tiene puestas expectativas tanto económicas como sociales.
Nada que deba sorprender o que sea nuevo. Ahora nos toca tener un Ayuntamiento que no levante olas y que se dedique a aplaudir cada vez que se coloque una traviesa en la media línea de metro que se está construyendo. El silencio es en estos casos la política a seguir y Sanz eso lo hace mejor que nadie. Es el signo de los tiempos.
También te puede interesar
Antonio Brea
Ni Washington ni Moscú
Quizás
Mikel Lejarza
Problemas para Tom Cruise y James Bond
La ciudad y los días
Carlos Colón
Gloria de los primitivos nazarenos
El mundo de ayer
Rafael Castaño
Las estrellas dormidas
Lo último
Dios, a la intemperie
Eduardo del Rey Tirado
Esa luz
La ventana
Seis viernes sin carne en la dieta
El parqué
De menos a más
Tribuna Económica
Carmen Pérez
O tro 0,25% menos