¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Ussía, el último acto del “otro 27”
La organización de una corrida de toros tiene su momento culminante en la plaza en que se celebra el espectáculo de la lidia a la vista del público. Pero desde muchos años antes, toda una extensa serie de factores han de conjuntarse para llegar de forma adecuada al enfrentamiento final de diestros y toros. Desde los cuidados que exige la crianza del ganado bravo hasta el aprendizaje que ha de recibir el lidiador, junto al conocimiento que ha de adquirir el aficionado para aprender a juzgar lo que acontece en el ruedo, miles de decisiones, costumbres y ritos han de ajustarse para que tan secular mecanismo funcione. Incluso se ha impuesto, a lo largo de décadas, un lenguaje específico para garantizar la transmisión de un ceremonial severamente respetado. Por eso, por el poder simbólico que acumulan todas esas tradiciones, el contemplar, desde el tendido, una corrida de toros no es suficiente si no se sabe conectar cada paso y cada gesto del presente con el momento del pasado que le dio vida y sentido. Sobre todo, ahora, que una afortunada vuelta a las plazas se percibe entre una juventud a la que el distanciamiento anterior había alejado de la intrahistoria que encierra el cargado ritual de la corrida. Sin un conocimiento de ese tipo, gran parte de la trascendencia de la fiesta de toros deja de captarse y se pierde en el olvido. ¿Pero cómo conectar de nuevo con aquellas raíces simbólicas en las que yacen las explicaciones y las causas del toreo actual? Existe un medio asequible y válido, que lo puede facilitar, ya que la tauromaquia ha creado una rica cultura paralela, capaz de recuperar ese pasado. Y una de esas manifestaciones es la novela. Decenas de narradores han revivido, novelándolos desde dentro, los múltiples episodios previos que han acabado confluyendo en la celebración de una corrida de toros. Y entre centenares de títulos, publicados desde comienzos del siglo XIX, es posible rescatar media docena, con los que un aficionado joven puede adentrarse en un mundo literario que generosamente rescate las vivencias olvidadas del pasado. Y a este respecto, como novela iniciática cumple esta pedagógica misión Sangre y arena, de Blasco Ibáñez. No cabía esperar de un autor, como él, nada partidario de la fiesta de toros, incluso con escasos conocimientos previos, que lograse un documento narrativo tan completo y acertado. Curiosamente, de otro autor, López Pinillos, Parmeno, con una visión igualmente crítica del toreo, surgió otra gran novela: Las águilas. De la vida del torero. Una prueba más de la seducción que sutilmente ejerce la tauromaquia sobre quienes, en principio, la detestaban. Tampoco la visión naturalista que impregnaba los principios literarios del uruguayo Carlos Reyles enturbiaron su visión de la vida de un diestro en El embrujo de Sevilla. Pero es difícil no conceder el mejor aplauso en este tipo de novelas precisamente a un francés, Joseph Peyré, que ha dejado tres espléndidos testimonios: Sangre y luces, Guadalquivir y Torre del Oro.
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