Un toro con dos cojones

14 de agosto 2025 - 03:07

La España fea llega a ser divertida si uno no suelta el cubata en pleno tardeo de playa y chiringuito. A la Península pentagonal de Mario Praz, dedicada a la pesadez de estómago de lo español, le cabría un anexo: “España XXI, estética del estrambote”. Habría que resucitar al muerto Praz para tan improbable fin. Más fácil sería que los editores de Una, Grande y Rara. Diccionario ilustrado de la España alucinante y alucinada (La Fábrica) recogieran en edición ampliada el último berrido en españolismo disparatado y carpetovetónico. El sardónico Mario Praz dobló la servilleta hace mucho. Pero Manuel Fraga aún vivaquea en ese otro Ministerio del Tiempo, que es el Ministerio de Información y Turismo y su Spain is different. Lo último en españolismo diferencial nos viene por un peculiar ataque de cuernos.

Desnudo y haciendo el salto taurino de la rana, leo a portagayola que la localidad madrileña de El Molar desea acoger una colosal escultura en forma de toro bravo de ¡300 metros de altura! La idea del gran cornúpeta proviene de la Academia Española de Tauromaquia. Dicen sus doctas mentes que el impacto visual de este toro sería igual al de la Torre Eiffel en París, el Machu Pichu en el Perú o la Estatua de la Libertad en Nueva York. El delirante proyecto ya se ha cobrado dos víctimas por fuego amigo. Uno, el toro guapo al que cantara El Fary (¿alguien lo recuerda ya?). Y dos, el bello toro de Osborne, que quedaría como mohíno y falto de trapío sobre las lomas de España.

Taurinos y españoles de carne retinta fantasean con la erección del ciclópeo toro en El Molar. Ríanse del caballo de Troya, vulgar cuadrúpedo. Uno está viendo ya su enorme morrillo cual carpa multiusos. Y esos cuernos de cristal convertidos en miradores desde donde contemplar la A-1 y las cuatro torres altivas y cilíndricas de Madrid. Y ese rabo largo y curvo que sirviera de cápsula para escaleras mecánicas. Y esos huevos de hierro forjado bien protuberantes concebidos para albergar restaurantes especializados en la gastronomía del toro. Los ideólogos del proyecto ya lo han bautizado como El toro de España. Criadillas XXL aparte, los bajos del emperador de la dehesa servirían como originalísimo hervidero de centros comerciales, franquicias y espacios culturales.

Para rematar la estética, es de suponer que aún están por definirse las banderillas que lucirían en lo alto del españolísimo icono. O cómo caerían los cuajarones de sangre ficticia sobre la lámina del cornúpeta. O qué efecto gaseoso o lumínico saldrían de los bofes cual babas pastosas e hilachas rojo sangre. O cómo mugiría la bestia entre la agonía, el pasodoble y el reguetón.

Fernando Hernández, concejal de Turismo en El Molar (Vox), dice que la construcción del toro sería “un chute de turismo tremendo” para el municipio. Turismo sostenible. Elegancia en el criterio. Vuelve El Pocero. El torero Escribano anima al pueblo taurino con la rojigualda y su “Sanchez a prisión”. España se quema, pero no deja de sonar la canción del verano: Pedro Sánchez, hijo de puta.

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