La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La intimidad perdida de Sevilla
Este año se cumplen cien de la muerte de Mercedes de Velilla, hermana de José e hija de su padre también José, y una de las voces más sensibles del llamado posromanticismo que fue prolijo en versos y en alguna prosa en aquella Sevilla del XIX que brillaba y languidecía a un tiempo. El Ayuntamiento de Camas ha publicado una biografía novelada de Pablo Morterero que resulta una delicia, puro Austen, y que acaba con la poeta recogida en Camas (sic) y enterrada en una humilde tumba de su cementerio desde el que se divisa, eso sí, el skyline de la ciudad que tanto amó. También la corporación ha apoyado la edición de su poesía completa con una introducción primorosa de la profesora Inmaculada Palomar y con la editorial Renacimiento, que ya es de por sí una garantía.
Curiosamente a la misma vez, que diría el ex virrey bético Lopera, la escritora y editora Rosa García Perea construía el vivísimo relato de una Sevilla en femenino (máster que dirige la arquitecta Teresa Pérez Cano y que tiene este sugerente título) con la Velilla y otras voces maravillosas como andamio de una Sevilla contada, y vivida, por mujeres. Nombres que parece hemos olvidado y cuya calidad literaria nos debería sonrojar por ignorarlas y a la vez encumbrar a tanto ripioso de tercera.
Viene al caso este hilván (no en vano las Velilla, venidas a menisímos después de la muerte del patriarca y del hermano, sobrevivieron cosiendo para la calle) porque al calor de la efemérides hay quien ha propuesto restaurar una obvia injusticia y trasladar los restos de la poeta al Panteón de los Ilustres donde reposan sus contemporáneos y la rara avis, mujer, Cecilia Böhl de Faber. Cómo regatear el lustre de los muy ilustres hermanos Bécquer, Valeriano y Gustavo Adolfo, de Arias Montano, Mateos Gagos o Alberto Lista , de ninguna manera, pero canta la Traviata que no hayan merecido un hueco en tan egregio lugar Blanca de los Ríos, Antonia Díaz, Josefa Massanes, Carolina Coronado o Mercedes de Velilla y su amiga Concepción Estevarena. Clama especialmente el olvido de Concha, fallecida a edad temprana y en la lejana Jaca, y cuyos versos, según García Perea son seguramente los más sobresalientes y luminosos de la época. Cierto que, como me reprochará Juan Miguel Vega, para invisibilidad la del propio Panteón, sepultado en los sótanos de la Anunciación y tras la reja de la Facultad de Bellas Artes. Pero olvidar que olvidamos puede ser una manera de mentirnos. Antonio Machado es su poesía pero también la realidad de su tumba de exiliado en Colliure donde tampoco faltan nunca flores. La verdad de Mercedes de Velilla es su humilde sepultura y es sobre todo una poesía que hemos ninguneado y a la que, si somos sinceros, es a la que de verdad deberíamos trasladar. A las aulas, por ejemplo.
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