¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Ussía, el último acto del “otro 27”
NO tengo la menor duda de que Alfonso Ussía ha sido el último acto de eso que algunos llaman “el otro 27”, un nutrido grupo de escritores que ha sido ninguneado durante mucho tiempo por la aburrida y estéril crítica académica –a veces muy lastrada por la ideología–, entre los que se encuentran verdaderos gigantes como Jardiel Poncela, Neville, Mihura, Tono... A todos les unía el ser hijos literarios de Ramón Gómez de la Serna, su condición de humoristas de guante blanco y su ideología desganada de derechas. Alfonso Ussía, con todos los peros que se le puedan poner, recogió la herencia de todos ellos y nos regaló un columnismo descacharrante y fino, con requiebros poéticos y un esnobismo deliberado que convertía sus escritos en auténtica brisa periodística. Además, creó uno de los grandes personajes de la historia de la literatura española: el inolvidable Marqués de Sotoancho. No está mal para una vida.
Si hubiese que ponerle un pero a Ussía es que se dejó amargar por la política. Él, que había empezado siendo un joven monárquico liberal, figurante del gran Madrid con más ganas de vida que de nostalgia, terminó agriando su pluma al ver cómo destrozaban tantas cosas que él amaba y respetaba. Nunca perdonó, por ejemplo, una “memoria histórica” que creaba víctimas de primera y segunda categoría e ignoraba el asesinato en Paracuellos de su abuelo materno Pedro Muñoz Seca, andaluz del Puerto de Santa María y autor de La venganza de don Mendo. Un grande del humor y la literatura al que Ussía le debía los genes del talento. Esta amargura, unida a ciertas broncas mediáticas, enmoheció a veces su distinguido cachondeo y lo convirtió en una prosa faltona que en nada lo ayudó.
Por eso, en el día de su muerte, uno, que fue lector guadianesco de sus columnas, prefiere recordarlo en su papel del periodista más elegante de la corte, con sus chaquetas cruzadas y sus corbatas de colores de seda bien curvadas. Ussía supo ser un señorito autoirónico, que nunca ofendió a nadie por su origen, pero tampoco se avergonzó del suyo. Nunca olvidaré que el primero que me introdujo en los placeres de la lectura de las aventuras del Marqués de Sotoancho, hace ya décadas, fue un querido y brillante compañero periodista –hoy en los madriles– perteneciente a una familia de jornaleros extremeños. Descanse en paz el maestro.
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