En un mundo sometido a tensiones geoestratégicas sin precedentes en muchas décadas, lo que ocurra en Estados Unidos, que todavía mantiene, aunque en precario, el papel de primera potencia mundial, tiene una enorme capacidad de influencia global. En este sentido, el arrollador triunfo de Donald Trump en el primer asalto de las primarias para las elecciones presidenciales del próximo noviembre añade incertidumbre y preocupación al escenario internacional. En primer lugar, por la propia personalidad del candidato, que ya demostró durante su paso por la Casa Blanca, en el mandato 2016-2020, hasta dónde era capaz de llegar en sus políticas populistas. No hay que olvidar que el colofón de ese mandato fue el intento de asalto al Congreso para intentar deslegitimar el triunfo electoral de Joe Biden. En segundo lugar, porque coloca al Partido Republicano, uno de los grandes pilares de la democracia norteamericana, al borde de ser una fuerza antisistema que se aleja de los postulados políticos que han mantenido durante más de dos siglos la fortaleza del sistema. Todo hace indicar, tras los caucus de Iowa, que Trump tiene el camino despejado hacia la nominación republicana y que terminará enfrentándose a Biden por la Presidencia en un duelo que reeditará el de hace cuatro años. Ni por edad, va a cumplir los 82 años el mismo mes de las elecciones, ni por el balance de su paso por la Casa Blanca, Biden va a ser un candidato fuerte ni con capacidad de atracción. Más bien todo lo contrario: es un dirigente decadente en unos Estados Unidos que también ven desdibujado su liderazgo mundial. A pesar de los muchos reveses judiciales y de su mala imagen internacional, la posibilidad de que Trump gane es muy real. Si finalmente ocurre, será un nuevo factor de desestabilización en un mundo que se enfrenta a conflictos abiertos como los de Ucrania y Gaza y a otros latentes, como el del Pacífico con China y Taiwán como foco de tensión. Con Trump en la Casa Blanca todo será todavía más complicado.