La tribuna
La honestidad de los juristas en la amnistía
La farsa electoral en Rusia ha finalizado con unos números que avergonzarían a cualquiera. Putin –que, como recomienda Sun Tzu, ha querido parecer fuerte donde es más débil– se ha atribuido más del 87% de los votos y asegura haber superado esa cifra en todas y cada una de las regiones ocupadas de Ucrania. De lo competido que fue el proceso da fe que uno de los tres fantoches que se esforzaron por desempeñar con aparente dignidad los papeles de candidatos rivales haya declarado en la prensa rusa que el resultado era “único y convincente” y “confirmó la autoridad estable del líder de la nación”.
¿Era lo esperado? Sí. No hay que confundir la Rusia de Putin –donde los rivales políticos mueren en las cárceles o caen por las ventanas y donde poner flores en la tumba de uno de ellos conlleva penas de prisión– con una democracia. Pero la realidad es la que es. El dictador se ha concedido seis años más en el poder. Y volverá a reelegirse mientras le queden ganas y vida. A los europeos, su reinado se nos va a hacer largo, pero ¿qué podemos esperar que ocurra en la próxima década?
Putin, justo es decirlo, encontró entre nosotros más comprensión de la que merecía cuando invadió Georgia y se apoderó de Crimea. Incluso después de invadir el resto de Ucrania, muchos líderes de la UE creyeron que podrían contenerlo con sanciones económicas, ofertas de negociación y condenas verbales. Entre ellos se encontraba el presidente de Francia, Macron, que ha pasado de defender el diálogo con el dictador a proponer, con el entusiasmo propio del converso, el envío de tropas occidentales a Ucrania.
Lo cierto es que, después de dos años de guerra, cunde el pesimismo. Putin sigue agitando el sable nuclear, amenazando a Europa para que le deje las manos libres en su campaña de conquista. Los líderes europeos, gatos escaldados, se preguntan ¿y después de Ucrania, qué? Ya no son sólo las voces del miedo en las repúblicas bálticas, Finlandia, Suecia y Polonia, amplificadas por los halcones de la Europa del norte. También Scholz, el canciller alemán, el propio Macron y Margarita Robles en nombre del Gobierno de España nos advierten de que el riesgo de guerra es real, y que es preciso prepararse para ello.
Hay, desde luego, precedentes. Es posible que, de existir un termómetro del mal, Hitler hubiera dado una temperatura más alta que la del propio Putin. Pero ambos rebasarían sobradamente la línea roja que hace sonar los tambores de guerra. Y todos sabemos cómo terminó la carrera del dictador alemán.
Si nos remontamos un poco más en el pasado de la humanidad, podemos encontrar la más completa explicación de lo que pretendía Hitler y pretende Putin en El Príncipe, el conocido ensayo de Maquiavelo inspirado en buena parte en el largo reinado de Fernando el Católico. La historia no siempre se repite, pero sí lo hacen las pasiones de sus protagonistas. Uno de los párrafos que el pensador florentino dedica a la guerra de Granada encaja como anillo al dedo en la invasión de Ucrania: “Mantuvo ocupados en esta guerra los ánimos de los nobles castellanos que dejaban así de promover disturbios internos. Entre tanto, y sin que ellos lo advirtiesen, iba adquiriendo reputación y sometiéndoles a su dominio”. Y es que toda guerra es, en el más oscuro de sus rincones, una lucha despiadada por el poder.
Espero que el lector no deduzca de este párrafo reproche alguno al Rey Católico. Ni fue nunca la intención de Maquiavelo –todo lo contrario– ni lo es la mía. En el siglo XV, esa era la conducta que se esperaba de un monarca “convertido, en virtud de su fama y de su gloria, en el primer rey de la cristiandad”. Cualquier crítica sería extemporánea. Pero si traigo a colación a Maquiavelo es porque puede respondernos a la pregunta de qué ocurrirá si Putin consigue vencer en Ucrania. Al menos, esto es lo que hizo nuestro monarca: “Atacó África, llevó a cabo la empresa de Italia y, recientemente ha atacado Francia. De tal forma, ha tramado y realizado proyectos de gran envergadura los cuales han tenido sorprendido y admirado el ánimo de sus súbditos”. ¿Cuándo parará Putin? También responde a esta pregunta Maquiavelo: “Tales acciones se han sucedido de manera tal las unas a las otras que nunca ha dejado margen de tiempo para que los hombres pudieran urdir trama alguna contra él”.
¿Es posible entonces una guerra en el Báltico? No son sólo las voces de alarma de multitud de líderes europeos. También el autor de El Príncipe nos dice que, si depende de Putin, sí. Tanto el ansia de poder como el miedo patológico que los dictadores más malvados tienen a esas tramas que nos describe Maquiavelo están ahí. Las condiciones geoestratégicas que sirven de pretexto, también. Las minorías rusas en las tres repúblicas bálticas pueden ser la semilla que justifique una secuencia de acciones de naturaleza híbrida que, poco a poco, terminen poniendo a Europa entre la espada y la pared. Cuando el primer soldado ruso traspase la frontera para “liberar” a sus compatriotas, los líderes de la UE se verán obligados a decidir si ceden terreno o se enfrentan a Rusia en una guerra en la que, sin el apoyo norteamericano, Europa no tendría con qué responder al empleo de armas nucleares tácticas.
Pero el dictador ruso sabe bien lo que hace. Antes de dar un paso tan grave necesita que se cumplan dos condiciones. La primera es que los EEUU retiren de Europa el paraguas de la disuasión nuclear. A pesar de sus amenazas, Putin tiene tan pocos deseos de morir en un holocausto atómico como cualquiera de los lectores de este artículo. No se enfrentará a la OTAN mientras la Alianza permanezca unida. La otra condición es la derrota de Ucrania. Mientras Kiev resista, Putin no tendrá ni la fuerza ni el motivo para ir más allá. Advierta el lector que, como no podemos votar en las elecciones presidenciales de los EEUU, es esta segunda condición la que los europeos deberíamos tratar de evitar que se cumpla.
¿Cómo impedir la derrota de Ucrania? La respuesta es obvia y, si se compara con los presupuestos de defensa de los países europeos, ni siquiera es cara: darle a Kiev lo que necesita para defenderse. Veamos como ejemplo el caso de España. Al contrario de lo que ocurre en muchos países, no se ha publicado el coste total de nuestro apoyo militar a Ucrania en los dos años de guerra. Pero, sumando la entregada por vía bilateral a la parte que corresponda de la de la UE, seguramente es muy inferior al coste de una sola de las nuevas fragatas que vamos a construir. ¿Necesitamos todas esas fragatas? Desde luego. Pero, si de lo que se trata es de nuestra seguridad, necesitamos todavía más que Rusia no venza en Ucrania.
Si Europa escucha los tambores de guerra que suenan en Rusia y aplica su potencia económica e industrial para ayudar a Kiev a vencer en la carrera tecnológica que corre paralela a esta guerra –drones, misiles, sistemas de guiado y de guerra electrónica, y aplicaciones militares de la inteligencia artificial–, Ucrania resistirá. Resistirá hasta que, como dijo en su día Ho Chi Minh de los Estados Unidos, sea Rusia la que se canse. Cuando esto ocurra, y por sólo una pequeña fracción del precio que habría que pagar por enfrentarse directamente a Putin, el pueblo ucraniano tendrá su libertad y Europa habrá conseguido la paz.
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