La tribuna
Progres de derecha
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Hace pocos días un famoso escritor y articulista contaba cómo San Agustín, ante la aparición de Dios, cayó del caballo camino de Damasco. Pocos días después, en el mismo importante diario, un prestigiosísimo periodista y escritor, académico de la Lengua, afirmaba que, según la Biblia, el Verbo o el Logos era parte de la creación. Un comité de expertos afirmó en varios periódicos y en televisión que la Mezquita de Córdoba nunca había pertenecido a la Iglesia católica. Un relevante político catalán dijo en televisión que el Derecho Internacional permite la separación unilateral de Cataluña respecto de España. Un asimismo relevante político español afirmó que España es la nación más antigua de Europa. Que sucedan estas cosas hoy y que la gente pueda creerse estas afirmaciones es muy posible, porque los actuales medios de comunicación permiten una proliferación de mensajes de tal intensidad y cantidad que impide que los destinatarios puedan pensar e informarse aceptablemente. No obstante, mensajes de este tipo los hubo siempre: en Iraq había armas de destrucción masiva; Franco, la espada más limpia de Occidente, dio a España 25 años de paz; Mao Tse Tung (hoy Dong) era un héroe sublime; Che Guevara, un nuevo Jesucristo, etc. Algunas de esas afirmaciones carecen de relevancia política, habiéndolas yo incluido en este texto por ser recientes e indicativas de que personas que se erigen en guías intelectuales de nuestros días no se preocupan de comprobar sus datos. Otras, por el contrario, son intencionadísimas, pues pretenden o pretendieron crear convicciones que pudieran configurar la realidad, por ejemplo, incidiendo sobre elecciones u opciones políticas. Pero vayamos al presente.
Que, como sostenía un prestigioso político británico, la democracia es el peor sistema de gobierno exceptuando todos los demás parece indudable, entre otros muchos motivos porque respeta la dignidad de todos los miembros de una comunidad política, a los que se les escucha, aunque sea periódicamente, atendiendo también a las minorías y posibilitando que puedan devenir mayorías. Ello implica la regularidad de las consultas al pueblo, ya consistan en elecciones, referéndums, etc. Siempre, desde que existe democracia, determinados grupos han pretendido manipular la opinión pública alterando su criterio o su información, con frecuencia para provocar adhesiones incondicionales e incluso la supresión de la democracia misma. Pero en el momento presente, la revolución informática ha intensificado ese peligro, pues las redes sociales parecen ser aún más efectivas que los mítines, los periódicos de papel, la radio o la televisión: millones de personas creen que Cataluña tiene derecho a separarse de España en las circunstancias actuales; millones de británicos creyeron que lo más conveniente para ellos era romper con la Unión Europea; millones de norteamericanos (no la mayoría) escogieron como presidente a una persona que sirve para presidente lo que yo sirvo para bailarina; millones de brasileños acaban de elegir como presidente a una persona cuyas declaraciones serían delitos perseguibles de oficio en muchos Ordenamientos jurídicos, lo que sucede también en muchos otros estados, formalmente democráticos y oficialmente pertenecientes a la UE. De las dictaduras, explícitas o fácticas, algunas respetadísimas a causa de su colosal peso económico y político (Hitler lo tenía) no es necesario hablar. Cualquier convocatoria concentra muchedumbres enfervorizadas que muy poco han meditado sobre el contenido de lo que pretende reclamarse: si yo convocase una manifestación para esta tarde en la Plaza Nueva para protestar por la Paz de Westfalia, posiblemente acudirían centenares de personas. ¿Puede hacerse algo contra tonterías o barbaridades inteligentemente dirigidas?
Creo que, siendo necesario preservar la democracia ante sus hoy poderosos enemigos, habría que plantearse como tarea política colectiva de los representantes democráticamente elegidos la creación de equipos que guerrearan en esos mismos terrenos en los que corren las noticias falsas y donde operan las manipulaciones. Es cierto que no debemos olvidar el problema de quis custodiat custodes, es decir, cómo se evita la manipulación ejercitada por tales neutralizadores de las manipulaciones de otros. En todo caso lo esencial sería poder desmentir masivamente las manifiestas mentiras masivas, denunciar la inexactitud de lo dicho sobre hechos o datos, sin necesidad de entrar en valoraciones: no se olvide que una noticia falsa puede provocar una mayoría parlamentaria. No olvidemos tampoco que hemos sido bombardeados electrónicamente desde el territorio de un desventurado país cuyos gobernantes tratan a sus Cataluñas a tiro limpio y cuyos disidentes padecen gravísimos quebrantos en su salud o en su libertad.
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