Las deliciosas glorietas que brotan a cada paso en el simpar Parque de María Luisa destilan reminiscencias arábigas-andaluzas con sus fuentes bajas, sus ladrillos y la ancestral cerámica trianera. La mayoría de ellas estaban presentes cuando se funda en 1914 el “Jardín de Jardines” hispalense, añadiéndose otras con el paso del tiempo que completarán el coro multicolor de este histórico vergel. Una de esas nuevas glorietas es la erigida en 1931 en honor a los poetas Manuel y Antonio Machado, que recrea una típica plazoleta sevillana y contiene una hermosa fuente central de mármol rosa sobre mosaico, tres bancos circulares con respaldos de hierro y asientos de la misma piedra con anaqueles librescos en sus extremos. Constituye uno de los rincones más evocadores del parque, con tres magníficas araucarias australianas de la especie Araucaria bidwillii que se elevan sin titubeos a su alrededor hacia las alturas de Sevilla y con diversas plantas arbustivas que la embellecen delimitando su contorno. “¡Despertares de amor entre cantares/ y humedad del jardín, llanto sin pena,/ divina enfermedad que el alma llena,/ primera mancha de los azahares!” (Manuel Machado).
La celestina (Plumbago auriculata), denominada también jazmín azul o jazmín del cielo, mantiene una amplia representación en jardines, parques y rotondas de Sevilla. De origen sudafricano, sería introducida en Europa en 1818 para su cultivo en jardinería y se extendió por la mayoría de zonas cálidas de la Península Ibérica. Lo más peculiar de esta enredadera es la formación de llamativas inflorescencias con flores celestes de cinco pétalos, las cuales se dejan caer en tropel en frondosas agrupaciones tras los muros que las sostienen o sobre algún soporte tipo pérgola, pues no posee zarcillos trepadores. Pertenece a una familia distinta a la de los verdaderos jazmines, aunque exista un gran parecido entre ambos tipos florales, siendo el añil claro su color primario y habiéndose obtenido variedades cultivares blancas o rojizas.
El jazmín del cielo muestra una belleza natural que sobresale sobre las demás plantas en la Glorieta de los Hermanos Machado y la circunda con un espectacular tapiz que recuerda a los lejanos mares tropicales de tranquilas aguas azulinas, aportándonos una calma relajante. Llegando al lugar por un camino de albero desde la Fuente de los Toreros, su densa cobertura vegetal da carácter a la plazuela y aumenta la sensación de paz que nos invade al penetrar en este venerable espacio a través de alguno de sus tres arcos floridos. Todo es acorde con la mutua armonía que guardaron en vida dos hermanos dispares pero complementarios, cuyas eternas almas se funden en uno de los enclaves más hermosos de la ciudad donde vieron la luz primera y a donde regresaban sus mentes de continuo atraídas por sus límpidos cielos, desde los años juveniles hasta los instantes de la muerte. “Estos días azules y ese sol de la infancia...” (Antonio Machado).