La tribuna
Ser padres es equivocarse
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Hace unos días, junto a otros componentes del consejo asesor de ADEPA (Asociación para la Defensa del Patrimonio de Andalucía) tuve ocasión de visitar uno de los edificios más céntricos y desconocidos de Sevilla: el palacio de los marqueses de la Motilla, en pleno centro de la ciudad. Su torre, de evidente evocación toscana, siempre me había intrigado, y aún más cuál sería su interior, que desconocía completamente, al igual que estoy seguro le ocurre al 99% de los sevillanos. Pocas fotografías e ilustraciones están publicadas de él, porque no es Bien de Interés Cultural y hasta hace un par de años ha sido la residencia de la misma familia nobiliaria que vive en el lugar desde hace siglos. Hoy pertenece a una empresa que lo está rehabilitando con pulcritud, sin que haya hecho público cuál va a ser su futuro.
La visita me resultó muy interesante. Salvo algunos pocos elementos, como los fustes de las columnas del gran patio y el artesonado de alguna estancia, en realidad el palacio es moderno. Fue construido en la última década del siglo XIX y primeros años del XX, hace sólo unos 130 años. En él destaca una zona con espléndida azulejería trianera en la que es omnipresente, en sus diversas variantes, la estrella tartéssica de ocho puntas y están representados varios estilos: el mudéjar con evocación indudable del alcázar, el renacentista con la gran escalera monumental y, en toda la planta alta, el estilo toscano con maderas y decoraciones realizadas en Florencia por una afamada familia de ebanistas. La resultante es un edificio que los especialistas de arte quizá definan como ecléctico, e incluso como una suma de anacronismos, pero que desde una lectura socioantropológica es muy de su época, porque fue ideado para reflejar el poder económico-social ascendente de quienes en él residían: una familia con título de segunda fila pero que formaba ya parte de la alta burguesía gracias a la prosperidad de sus negocios agrícolas o/y mercantiles. El recurso al revival historicista, presente en diversas ciudades y otras poblaciones de Andalucía (y en nuestras fiestas populares) –generalmente calificado como “estilo regionalista”– fue la forma elegida por la emergente burguesía andaluza, con o sin oropeles nobiliarios, para reflejar su poder económico y mostrar su, real o supuesto, entronque con la tradición del poder, tratando de equipararse con quienes lo habían ejercido desde hacía siglos y sí habían construido sus palacios cuando los estilos ahora “resucitados” estaban en su apogeo. Desde esta mirada, la visita me resultó muy ilustradora por lo que refleja de la sociología de la ciudad (más que de su arte).
Con esta lógica de insertarse en el pasado, junto a escudos heráldicos no podían faltar las inscripciones, estas siempre en latín porque, al igual que ocurría hasta hace no muchos años en las misas católicas, el no entender lo que se lee o escucha hace surgir una reverencialidad admirativa hacia quienes utilizan una lengua de prestigio aunque apenas o nada la entendamos (o por ello mismo). Una de las inscripciones que más nos llamó la atención, a mí y algunos de los amigos, era la que rodeaba el hueco de una gran chimenea: Nec proper nec procul. Como ya están muy lejanos los años en que estudiamos algo de latín en el bachillerato o la universidad, tuvimos que acudir a Google para traducir adecuadamente la frase, que, sin duda era una advertencia para quienes buscaran, ante la chimenea encendida, la confortabilidad ausente en la mayoría de las estancias de las grandes casas andaluzas en invierno: ante el fuego encendido, “ni cerca ni lejos”.
Un sabio consejo que sintetiza también una gran lección de sociología porque es aplicable no solo al fuego físico sino a cuanto puede quemar, si nos acercamos demasiado a su foco, o puede hacernos quedar helados si nos distanciamos de él más de lo adecuado. Me refiero al poder en todas sus formas e instituciones. Me refiero también al amor. E incluso a la vocación por el conocimiento. Es una gran verdad que sin una gran dosis de pasión, o en otros casos de empatía, no existe amor, ni es posible la solidaridad ni la con-pasión, sino un gran frío, un gran silencio, un feroz individualismo destructivo de los lazos sociales. ¿No es a esto a lo que parecen abocadas las sociedades actuales, crecientemente deshumanizadas por alejamiento del calor social? Pero también hay que tener cuidado de que la pasión no se convierta en ceguera, el amor en autoanulación y la empatía en la antesala del todo vale.
Nec proper nec procul: ni demasiado cerca ni demasiado lejos. Algo más que una frase, que compendia una sabia filosofía. Una filosofía, por cierto, poco asumida por las clases poderosas y por quienes pretenden acceder a ellas, pero que refleja una manera de estar en el mundo que forma parte de la lógica profunda de nuestra cultura andaluza.
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