Juan Carlos Rodríguez Ibarra

O enfermería o puerta grande

La tribuna

Ha llegado el momento de que algunos de nuestros dirigentes se enfrenten a situaciones que les conviertan en auténticos hombres de Estado

O enfermería o puerta grande
O enfermería o puerta grande / Rosell

10 de mayo 2019 - 02:31

Los humanos somos seres de costumbres. Tendemos a seguir una vida monótona durante años. La hora a la que nos levantamos, el trabajo que hacemos, la gente con la que nos relacionamos. Usualmente entre semana siempre hacemos las mismas cosas y a veces, sin darnos cuenta, lo hacemos en un respectivo orden y horario. Cada día tenemos que realizar ciertas actividades y cada uno de nosotros sabe que hay que hacer y cuánto tiempo nos llevará, de acuerdo a esto nos organizamos y volvemos a repetir la misma rutina todos los días. Así es como llegamos al momento en el que todo lo nuestro se convierte en habitual, monótono y conocido.

Salir de nuestra zona de confort y empezar a evaluar qué cambios podemos hacer para darle más sentido a nuestro viaje es algo que no todo el mundo está dispuesto a hacer, salvo que una circunstancia, buscada o no, nos saque de la cotidianidad y nos empuje a ejecutar acciones que pongan el interés de otros por encima del nuestro. Muchos recordarán el caso de aquel joven, sin papeles, que en mayo de 2018 escaló un edificio para salvar a un niño suspendido en el balcón de un cuarto piso de un edificio en París. Mamoudou Gassama, que así se llama el héroe, llegó de Malí en septiembre y contó después que "vio a mucha gente gritando y coches que tocaban el claxon". "Salí, corrí para buscar soluciones para salvarlo, logré alcanzar el balcón, trepé y así, gracias a Dios, le salvé", dijo.

Sólo hace unas pocas semanas que un hombre trepó por la fachada de un edificio para rescatar a una vecina de un incendio en el municipio de Bormujos (Sevilla). En unas imágenes captadas desde la calle se ve cómo el vecino, un marroquí de 43 años, no se lo piensa dos veces y asciende por el balcón hasta llegar al de la mujer.

Y esto que pasa en la vida cotidiana, también ocurre en otras muchas profesiones y, también, en la política. Adolfo Suárez fue una pieza fundamental en la Transición que los españoles hicimos a la muerte de la dictadura de Franco. Pero si por algo es más valorado el difunto presidente fue por el coraje que demostró cuando un 23 de febrero de 1981 hizo frente a un trasnochado Teniente Coronel de la Guardia Civil, que trató de humillar y poner en jaque mate a la recién estrenada democracia española. El presidente Suárez puso el interés de la nación por encima de su interés personal.

Fue Felipe González el que se jugó el cargo de presidente del Gobierno cuando consideró necesario someter a referendo la permanencia o no de España en la OTAN. Quien había hecho una campaña en contra cuando el presidente Calvo Sotelo decidió que nuestro país debía estar dentro de esa organización, aconsejó a los españoles que, por el interés de la nación, votaran a favor de dicha integración. Fue el porvenir de España el que hizo desdecirse al presidente González de su compromiso y de su carrera política.

Fue Santiago Carrillo, entonces secretario general del PCE, el que ordenó presentarse ante la ciudadanía española con la bandera roja y gualda que, junto con la roja con la hoz y el martillo, respaldaron un acto público, en señal de acatamiento de una transición ordenada y no rupturista con el régimen dictatorial. De nuevo, un dirigente político capaz de poner por delante de sus apetencias personales los intereses generales de la comunidad.

En los momentos en los que vivimos de atrofia institucional, ha llegado el momento de que algunos de nuestros dirigentes se enfrenten a situaciones que les conviertan en auténticos hombres de Estado. Acabadas las elecciones generales, son varias las combinaciones que se atisban en el horizonte. Sólo hay una que daría enorme estabilidad al Gobierno y serviría para que los españoles recuperásemos la confianza en la política, en los políticos y en las instituciones democráticas. Ya sabemos que Albert Rivera no tiene la menor sintonía y simpatía por Pedro Sánchez. También sabemos que Albert Rivera nos ha tratado de convencer de que Pedro Sánchez debía salir de La Moncloa porque España no se merece un presidente que tenga como aliados a los independentistas que quieren romper el Estado. A Albert Rivera le ha llegado ese momento en el que se pone a prueba la verdad de la política y la fiabilidad de quien la ejerce. Si da un paso al lado, deja que sea su partido el que lidere las conversaciones con el PSOE garantizándole estabilidad parlamentaria y gubernamental, para que Pedro Sánchez no dependa de los independentistas, demostrará que sabe sacrificarse en beneficio de España. Si mantiene su negativa a pactar con el PSOE, estará evidenciando que para él lo importante no es España sino su futuro político. En este país nuestro, cuya fiesta nacional son las corridas de toros, se debería saber que, una vez que se pisa la arena, o se sale por la enfermería o se sale por la puerta grande. Lo demás es puro escalafón.

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