MARCELINO Champagnat (1789-1840) fue un sacerdote nacido en Marlhes (Francia), que, sensibilizado por las carencias formativas de los jóvenes, tanto religiosas como de conocimientos elementales y especialmente tras la muerte del joven Juan Bautista Montagne, que le impactó por apenas saber de Dios, decidió instituir la Congregación de los Hermanos Maristas en 1817, para educar a los niños y atenderles en sus necesidades primarias, con el fin de “formar buenos cristianos y honrados ciudadanos”, aunque este lema también se identifica posteriormente con san Juan Bosco. En definitiva, siempre ha sido una meta compartida por ambas instituciones. Los antiguos alumnos de muchas promociones sevillanas lo conocían como “Beato”, pues fue canonizado por el Papa san Juan Pablo II en abril de 1999. También dejó mensajes de orientación a los docentes para su práctica cotidiana en las aulas, el más importante y asumido plenamente en cada colegio, “todo a Jesús por María y todo a María por Jesús”, cuyas iniciales A J P M figuraban obligadamente en la cabecera de los ejercicios de los alumnos, e igualmente el convencimiento pleno que pretendía trasmitir a quienes siguieran su labor docente de que “para educar hay que amar”, como prueba de una implicación absoluta en la enseñanza. Por ello, consideraba necesario que “el espíritu en las escuelas maristas es el espíritu de familia”, que los Hermanos y profesores seglares han tratado de cumplir fielmente en los más de dos siglos de existencia.
Ahora se ha tributado un merecido homenaje a san Marcelino, con la colocación de una estatua, obra del imaginero Martín Lagares, se inauguró el pasado día 28 de octubre, situada en la recién modelada placita de su nombre, mirando precisamente hacia el colegio Marista San Fernando. Este colegio, en el que han estudiado muchas generaciones de alumnos, comenzó su actividad en el curso 1933-1934, en la calle San Eloy, antigua Valencia, pasando muy pronto, solo un año después, a las instalaciones remodeladas del antiguo Hotel Bristol, en la calle Jesús del Gran Poder, antigua Palma, donde se entronizó la imagen de la Virgen de los Reyes, obra de Castillo Lastrucci, que desde entonces ha presidido las capillas de las distintas sedes, siendo trasladada en procesión pública por los propios alumnos en los sucesivos cambios colegiales. Tras la canonización del Fundador, se comenzó a distribuir por todos los colegios la Imagen de la Buena Madre, reproducción de la que el propio Marcelino tenía en su oratorio personal. Para las importantes celebraciones religiosas, el alumnado acudía al cercano templo del Sagrado Corazón, inminente sede de la hermandad de los Javieres. Debido al continuo crecimiento del alumnado, en el año 1944 los Hermanos adquirieron unos terrenos de la Compañía Sevillana de Electricidad, en san Pablo, para ubicar en ellos el nuevo Centro, comenzando por la Enseñanza Secundaria, hasta el cierre en Jesús del Gran Poder. Y finalmente, en 1968-69, se inauguró oficialmente la ubicación actual del Colegio San Fernando, en la calle Paraíso, donde se imparte la enseñanza en los niveles de Infantil, Primaria, ESO y Bachillerato. Con motivo de los 75 años de su fundación, en 2008, el Ayuntamiento le concedió la Medalla de la ciudad.
Esta dinámica y atractiva figura nos recordará al Fundador del Instituto Marista, distribuido por todo el mundo, incluso en países de misión, como el antiguo Zaire, actual República Democrática del Congo, donde, en 1996, fueron asesinados los Hermanos mártires Servando, profesor en el colegio de Sevilla en los años previos, Julio, Fernando y Miguel Ángel e igualmente la extensa y eficiente obra educativa que perdura y se mantiene muy activa en todas los pueblos y ciudades donde se ubican sus Centros. Pero también es un reconocimiento al colegio San Fernando, que en unos años cumplirá el Centenario de su fundación, por haber formado a miles de jóvenes sevillanos, que reconocen abiertamente y lo agradecen, en su inmensa mayoría, la excelente educación recibida en sus aulas, basada en el respeto, la atención personalizada, la preeminencia de los valores humanos y cristianos, el trabajo continuado, el entendimiento fluido entre todos los miembros de la comunidad, el interés por alcanzar las metas educativas programadas, la participación en múltiples y variadas actividades culturales y la práctica de las vivencias religiosas. Como en otras Instituciones docentes, es fácil reconocer en los antiguos alumnos una cierta impronta o carisma Marista, que les identifica en la vida familiar, laboral, social, de ocio, deportiva e incluso en la política.
Bienvenido, san Marcelino, al selecto y notable estatuario público de la ciudad hispalense.