La tribuna

Pancarteros de chichinabo

Pancarteros de chichinabo
Rosell
Jesús Beades - Escritor Y Profesor

El 28 de octubre se celebró en Sevilla una manifestación de condolencia por la muerte de Sandra Peña, la chica que se ha quitado la vida y que sufría acoso por parte de unas compañeras de instituto. Mis hijos acudieron. Me cuentan, estupefactos, cómo las consignas que se gritaban eran las habituales para cualquier sarao izquierdista: Palestina, stop machismo, ni una menos (porque, al parecer, por arte de magia esto también es “violencia de género”), Vito Aquiles, “el primer acosador” (sic)... La oradora que tomó la palabra proclamó a los presentes que la culpa del acoso es de “los discursos de odio de la extrema derecha”. En ese momento, los padres de Sandra se marcharon de la manifestación. Mientras mis hijos me lo contaban, yo debía de estar poniendo la misma cara que Cary Grant en Arsénico por compasión, cuando descubre que sus tías tenían trece cadáveres enterrados en el sótano. Ojos desencajados. Movimientos espasmódicos del cuello. Balbuceos: “pero… ¿qué? ¿qué dices?”. En parte, me consuela reaccionar así. Significa que aún tengo esperanza en la cordura, aunque la realidad me la arruine en momentos así. Boquiabierto mejor que cínico.

No solo es asquerosa la utilización del dolor ajeno para arrimarlo a la propia doctrina, sino que esos estudiantes con pañuelo palestino son unos ridículos. Unos niños mimados (lo de niños es un decir, suelen llevar diez años en primero de Pedagogía, Antropología o alguna -gía), que juegan a ser revolucionarios de salón, a librar guerras en el tablero de cartón del Scatergories. El problema es que lo hacen, no sobre el cartón de un juego de mesa, sino sobre la tumba de una persona real, muerta en la casi infancia, por motivos que hoy no viene al caso analizar. Baste con decir que es imprudente lanzarse a diagnosticar y a repartir condenas, empujados por esta obligación que sentimos ahora de opinar sobre todas las cosas al instante.

A estos pijos de rasta y camiseta del Che, que tuitean “Abajo el capitalismo” desde su iPhone, nadie les ha enseñado a valorar la palabra, a no malbaratarla por la alcantarilla politiquera, a respetar el duelo y a no mezclar las churras ideológicas con las merinas de la desgracia de una pobre familia devastada. A estos mantenidos por sus padres, o por Papá Estado vía subvención, les dan igual las personas. Lo que les mola es la mani, la consigna con rima tonta, la pancarta chula y el cartelito en ristre. Por supuesto, si se puede destrozar algo (algo común, que hemos pagado todos: vallas, papeleras…) miel sobre octavillas. Estos Social Justice Warriors de chichinabo son lo más improductivo, lo menos positivo de nuestra sociedad. Y encima hay que aguantarles sacando pecho por los “logros” obtenidos con la “lucha obrera”, comparándose, los pobrecitos, con Rosa Parks, con los anarquistas de los años 30, o con las sufragistas inglesas del XIX. Curiosamente, nunca con Lech Walesa, que lideró el sindicato Solidarnosc, pues esos polacos se resistían a la opresión comunista, y la opresión comunista es algo que estos soldaditos de plástico ven con ojos bovinos. Quizá por no haber leído. Quizá por maldad. O quizá porque cada uno llena el vacío existencial como puede, y estos mindundis eligen la manera más cutre, más de cartón piedra.

Pero la tontería se está acabando. Cada vez más jóvenes se ríen en la cara de esta gente rancia, caduca, los abajofirmantes “antifascistas”, que son los nuevos fascistas. Cada vez menos ciudadanos admiten el pretendido monopolio de los pancarteros en la conversación pública, el supuesto título de propiedad de la calle. “La calle es mía”, solloza, un tanto desesperado, el ranciprogre, rabiando con los vitoquiles y los pe-dro-san-che hi-jo-de y lo que sigue, y otros fenómenos similares, y añorando tal vez a don Manuel Fraga. No es casualidad que Pablo Iglesias se ofreciera –tan gallardo él, tan calentito y seguro desde su opulencia de casta– a “reventar” a sus adversarios. Al menos, que dejen tranquilos, que no manoseen a los muertos.

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