Sevilla

El final del 'efecto Zoido'

  • Los dos años de gestión municipal, en medio de la crisis, han supuesto un enorme desgaste para el alcalde de Sevilla

José Antonio Carrizosa

Director de publicaciones de Grupo Joly y director de Diario de Sevilla

Juan Ignacio Zoido ha cruzado en la primavera de 2013 el ecuador de la legislatura municipal en la que un alcalde partió con mayor respaldo popular. Nunca nadie tuvo en Sevilla un respaldo tan apabullante que le permitiera gobernar con el apoyo de 20 de los 32 concejales que en la actualidad componen la corporación y quizás nunca nadie experimentó en tan poco tiempo tanto desgaste ni tuvo que regir la ciudad con el viento tan en contra. Son las contradicciones que inevitablemente marcarán el paso de Zoido por la Alcaldía de Sevilla: mientras estuvo en la oposición fue la esperanza blanca de una ciudad que se desangraba con la crisis y que tenía un alcalde, Alfredo Sánchez Monteseirín,  y un gobierno municipal tan quemado que hiciera lo que hiciera contaba con el rechazo no sólo de sus naturales adversarios políticos, sino también de amplias capas de lo que era el electorado natural de la izquierda. Zoido trabajó duro y logró ser un magnífico líder de la oposición en una Sevilla en la que tras el estallido de la burbuja inmobiliaria y de la crisis financiera todo le iba de mal en peor. La ciudad vivía no sólo una debacle económica; también había perdido su lugar en Andalucía y en España y se debatía entre la atonía y la irrelevancia. Las elecciones municipales de 2011 fueron como una asunción colectiva de que no se podía seguir así. Zoido supo encarnar ese afán de cambio y esas esperanzas de que la ciudad podría volver a funcionar. Era un alcalde deseado y que llegaba al Ayuntamiento con un crédito ciudadano envidiable, tanto que han pasado a la pequeña historia de la ciudad  las muestras de entusiasmo y los aplausos que despertó en la primera procesión del Corpus que presidió recién llegado al sillón municipal. Ese acto sirvió para que la Sevilla más rancia celebrase de alguna forma el cambio que se había producido en la Plaza Nueva.

Pero como sucedía con los antiguos emperadores cuando entraban en triunfo en Roma, alguien debería de haberle recordado que no era más que un mortal y que la gloria es pasajera. Dos años después de aquella rotunda victoria electoral lo que se dio en llamar el efecto Zoido es poco más que un recuerdo y los ciudadanos han podido comprobar en carne propia que la ciudad sigue igual o peor y que los problemas siguen siendo los que eran agravados por la persistencia de la crisis y de la falta de expectativas. Ya nadie aplaude al alcalde en las procesiones, pero tampoco se espera ya mucho de él: las ilusiones que despertó han sucumbido en medio del marasmo en el que viven la ciudad y el país.

Sería absurdo, además de sectario, atribuir el fin de ese encantamiento que vivió Sevilla sólo a la incapacidad de gestión del alcalde o a la puesta en marcha de políticas marcadamente de derechas. Zoido se ha tropezado con la situación más complicada que haya podido padecer cualquier alcalde en los últimos cuarenta años de vida local. Se encontró unos niveles de paro tercermundistas, unas finanzas municipales esquilmadas y un endeudamiento muy por encima del que el Ayuntamiento se podía permitir. También con ingentes cantidades de dinero gastado en proyectos faraónicos e inútiles, como las  setas de la Encarnación, y con una ciudad sin tono empresarial, social o cultural. Evidentemente, la gestión del equipo de gobierno no ha servido en estos dos años para poner fin a ninguno de estos problemas, ni tan siquiera para aliviarlos. Es obligado preguntarse qué márgenes de maniobra política y financiera tiene un Ayuntamiento para cambiar una situación como la que padece Sevilla. Sin duda, estrechos, pero no nulos. Quizás el principal problema de la etapa que Zoido lleva al frente de la ciudad sea que no ha habido un proyecto de ciudad y que los esfuerzos se han consumido en el día a día de cómo capear el temporal. Ninguno de los planes esbozados desde el Ayuntamiento se ha convertido en realidad y ni una sola de los grandes inversiones cuya llegada se anunció se ha plasmado. Se ha gastado demasiada energía en política de bajo vuelo: denuncia incesante de la herencia recibida del anterior gobierno de PSOE e IU y enfrentamiento con la Junta para propiciar primero la frustrada llegada de Javier Arenas a San Telmo y después para erosionar a Griñán. Al presidente andaluz, por cierto, también le ha valido todo para desprestigiar al alcalde de Sevilla, especialmente desde que se convirtió en máximo responsable del PP andaluz.

El fin del efecto Zoido no quiere decir ni mucho menos que el PP esté, por lo menos cuando se hace este análisis, en condiciones de ceder la Alcaldía de Sevilla, entre otras cosas porque en la práctica no ha tenido una oposición que acelerase su natural desgaste.  Sí que el alcalde debe abandonar otros modos y centrarse en gestionar una ciudad que no puede aguantar más en su actual estado de postración. Si no lo hace le espera un futuro incierto.

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