Córdoba

El perfil siniestro del Guadalquivir

José Luis Hidalgo

El río Guadalquivir, símbolo de Córdoba para tantas cosas buenas, demostró en 2010 su cara más siniestra, esa que muchos cordobeses, incluso algunos ya maduros, no habían visto jamás. Y es que la ciudadanía aprendió algo que hasta ahora resultaba inédito: a mirar el cielo con temor. La culpa la tuvieron dos enormes trombas de agua, una en febrero y la otra en diciembre, que provocaron una riada que se llevó por delante los sueños de cientos de personas que vivían en las proximidades de la ribera del río. Desalojos de madrugada, vecinos saliendo de sus viviendas en balsas, muebles y electrodomésticos enfangados y casas sumergidas bajo el agua casi hasta la chimenea fueron las imágenes comunes en ambas ocasiones. La catástrofe no se encontraba esta vez lejos de casa ni se veía cómodamente a través del televisor, sino que estaba aquí.

Cuarenta años habían pasado desde que la provincia no vivía una situación similar. Y la verdad es que sorprendía. Las dos riadas sacaron los colores a la clase política, que se enzarzó en ambas ocasiones en un agrio debate sobre las culpas y las soluciones. En realidad, los puntos inundados fueron varios a lo largo del cauce del Guadalquivir, y también en otras zonas, pero las situaciones más dramáticas se vivieron en las parcelaciones ilegales que habían ido aflorando, con la indulgencia de las administraciones, durante las dos décadas precedentes en la zona del Aeropuerto de Córdoba y junto al cauce del río. Especialistas en asuntos hídricos y ecologistas venían denunciando desde hacía años esta situación y alertando de que se estaba construyendo en un espacio que pertenecía al Guadalquivir y que, por tanto, en cualquier momento el río podía reclamarlo como propio.

Tras las inundaciones del 23 de febrero, tanto la Junta como el Ayuntamiento mostraron un admirable dinamismo. Se prometieron ayudas y se trató de dar toda la cobertura posible a los damnificados, aunque la realidad es que eso sólo fue al principio. Luego pasó lo que tantas veces: que se demoraron las prestaciones y los vecinos afectados comenzaron a quejarse. La cuestión, sin embargo, había ya quedado algo alejada del foco de la actualidad, por lo que nadie demostró grandes urgencias para dar una solución definitiva, real, al problema que suponen para la ciudad, e incluso para sus propietarios, estas parcelaciones ilegales. Así llegó diciembre y una nueva tromba de agua colocó el foco sobre un asunto en el que en realidad no se había hecho nada, en buena parte por el temor de los partidos políticos a tomar una decisión -el derribo de las casas irregulares- que luego les pueda resultar cara en las elecciones. Todo el mundo había mirado allí para otro lado, pero, sin embargo, el temporal había mirado de nuevo para Córdoba. Nadie esperaba que en un mismo año se produjesen dos inundaciones inéditas en cuatro décadas. Resultó cuando menos curioso que las mismas casas que aparecieron inundadas a comienzos de año en los periódicos volvieran a ser de nuevo portada cuando 2010 afrontaba su último tramo. La última tromba cogió al Consistorio y a la administración autonómica en fuera de juego y dio la sensación de que los deberes no estaban hechos. Y de nuevo la rueda de las acusaciones volvió a girar cuando el Ayuntamiento culpó de los males de las inundaciones a una supuesta mala y oscurantista política de desembalses de la Junta. El año concluyó con las administraciones constituyendo mesas técnicas, con evaluaciones de daños y con palmadas en el hombro de los afectados. Daba una triste sensación de déjà vu. Algunos movimientos se observan no obstante para buscar una solución definitiva, como la propuesta municipal de pagar el derribo de las casas ilegales y facilitarles a los afectados una vivienda pública en alquiler, algo que a su vez exaspera a muchos cordobeses que no entienden cómo se les pueden dar facilidades y privilegios a personas que en su día incumplieron la legalidad. La mayoría de los propietarios, sin embargo, se niega a aceptar este trato y pide otra solución: que se construya un dique. En todo caso, la pelota sigue en el tejado de los responsables públicos y parece evidente que no se tomará ninguna decisión traumática por ahora. Muchos se hacen sin embargo la siguiente pregunta: ¿caerá una nueva tromba de agua antes de mayo que vuelva a sacar las vergüenzas de más de uno? Ahora todos miran hacia el cielo, incluso los políticos. Córdoba conoce ya a fondo el lado siniestro de ese gran icono que es el Guadalquivir.

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