Rafael Raya Rasero | Escritor

“Borges me invitó a tomar el aperitivo. Fue como hablar con Homero”

  • Patriota de la Puerta de Carmona, activista cervantista, gallardo paseante de la capa española, el autor de libros como ‘La Andalucíada’ es, ante todo, un enamorado de la ciudad

Rafael Raya.

Rafael Raya. / Juan Carlos Vázquez

La vida de Rafael Raya Rasero (Montilla, 1943) ha transcurrido entre el activismo vecinal y cultural y la escritura de libros variopintos con el denominador común de Sevilla, Montilla y Andalucía. Patriota de la Puerta de Carmona, cuya asociación de vecinos fundó, y orgulloso de su acento cordobés (que no ha perdido pese a que lleva desde 1961 residiendo en la ciudad), Rafael Raya se comprometió con el mismísimo Borges a dedicar toda su vida a la escritura de una gran epopeya andaluza en la que se recogiesen los orígenes míticos de Andalucía. Producto de aquel aperitivo con el ‘gran ciego’ de nuestra literatura es ‘La Andalucíada’, obra que Sánchez Dragó –su prologuista– calificó de hercúlea. Pero, quizás, Rafael Raya es más conocido por un libro de historia local menos ambicioso y más exitoso: ‘Historia secreta de los derribos de conventos y puertas de Sevilla durante la revolución de 1868’, en el que documenta y narra la trama de corrupción urbanística del Ayuntamiento revolucionario que derribó las puertas de las murallas de Sevilla en los inicios del Sexenio. Autor de una extensa obra de poesía, ficción y ensayo, cuando llega el fresco no es raro ver a Rafael Raya pasear con gallardía su capa española por las calles del centro de la ciudad.

–De Montilla. ¿De dónde surgió su amor por Sevilla?

–De escuchar el programa de radio de don Santiago Montoto. Empezaba la sintonía del espacio –Sevilla, de Albéniz– y yo lo dejaba todo, incluso los juegos, para escucharlo. A los 17 años me presenté voluntario para la mili en el Ejército del Aire para venir a Sevilla. Me destinaron a la Farmacia de Aviación, que entonces estaba en la Plaza de la Contratación, desde mi camareta se veía el Patio de la Montería del Alcázar.

–Montilla no es mala tierra.

–Es tierra ilustre, la del Gran Capitán y de San Francisco Solano, evangelizador del Perú. El Inca Garcilaso, que era hijo de una princesa inca y de un capitán español, hizo aquí su traducción de los Diálogos de amor, de León Hebreo. Es el primer libro que escribe un autor americano en Europa.

–El Inca Garcilaso, el símbolo del mestizaje español, un personaje que se debería reivindicar más.

–Vivió en Montilla treinta años. Murió en Córdoba tras participar en las guerras contra los moriscos de las Alpujarras bajo el mando de don Juan de Austria. Yo fui el que solicitó que le pusieran una calle en Sevilla. Está en la Isla de la Cartuja. Fíjese en el simbolismo: un mestizo de india y español traduce al castellano el libro de un judío portugués, que estaba escrito en toscano. En Montilla también se desarrolla un pasaje de El coloquio de los perros, la novela ejemplar de Cervantes. Había allí unas brujas, las Camachas, y Cervantes, que estuvo por aquellos parajes cuando era comisario de abastos, tuvo que saber de ellas. A mí el amor por Montilla y sus cosas me lo infundió el bodeguero José Cobos, que publicó el libro Menos que nubes.

–No podemos hablar de Montilla sin mencionar su vino. Vinos generosos hechos con Pedro Jiménez (no ‘chiménez’ como dicen ahora algunos), aunque sin tanta fama como los de Jerez.

–Fui pregonero de la Fiesta de la Vendimia de Montilla Moriles. Mi abuelo era un pequeño bodeguero y en su casa, en el patio, había un espacio que le llamaban la “lagareta”.

–Bonita palabra, diminutivo de lagar, supongo.

–Sí. Allí pisaban la uva y el mosto que se generaba iba a un pilón y después a unos tinajones. Recuerdo, en las noches de noviembre, el ruido que hacía el mosto cuando empezaba a fermentar.

Recuerdo el ruido que hacía el mosto de mi abuelo cuando, a principios de noviembre, empezaba a fermentar

–A mí lo que me gusta de Montilla es que sirven mucho vino en la copa. Nada de cicaterías.

–Se suele tomar lo que llamamos “medios”, un vaso de vino lleno hasta arriba.

–Aterricemos en Sevilla. Usted ha sido un nacionalista de la Puerta de Carmona. Entre las muchas asociaciones que ha fundado están el Club del Libro Puerta Carmona y la Asociación de Vecinos Puerta Carmona.

–He vivido en diferentes etapas de mi vida en la Puerta de Carmona. Tuve una casa en la Plaza de San Agustín y mis dos hijas están bautizadas en San Roque. Además, he ido mucho a investigar a los archivos de la Casa de Pilatos, cuando estaba allí de archivero Joaquín González Moreno, un gran intelectual. La Puerta de Carmona tiene identidad propia, es uno de los barrios más señeros de la ciudad, el corazón de Sevilla. Por allí entró Julio César cuando vino de ganarle a Pompeyo la batalla de Munda, que yo defiendo que estaba en Montilla. Hay que recordar que Sevilla era pompeyana. Los viajeros que salían por esa puerta, antes de iniciar el trayecto, se encomendaban al Cristo del Buen Viaje, que es el de San Esteban. De ahí esa ventana con rejas que tiene la Iglesia. y desde la que se ve el Cristo

–¿Es cierto que conoció a Borges?

–Fue cuando vino a Sevilla al curso sobre literatura fantástica que organizó la Menéndez y Pelayo, en 1984. Lo abordé en un receso en el Patio de los Venerables y le hablé de mi libro Los idus de Munda, sobre la guerra en entre César y Pompeyo y la batalla de Munda, de la que hablamos antes. Borges no sabía mucho del tema, pero me dijo que le interesaba y me invitó al día siguiente, en el Hotel Doña María, a tomar el aperitivo. María Kodama nos dejó solos y estuvimos dos horas hablando. Fue un privilegio. A mí me daba la sensación de que estaba hablando con Homero. Me estuvo comentando sus problemas con el Nobel. En un momento dado le comenté el proyecto que tenía de escribir La Andaluciada: epopeya de Andalucía. Y él me dijo: “Si quieres hacer eso tienes que dedicarle tu vida”. Tuve que reajustar mi economía y me influyó mucho en mi vida familiar, pero me lo había dicho Borges. Es como cuando Jesucristo le dijo a los apóstoles que lo dejaran todo para seguirlo.

–’La Andalucíada’ es una obra voluminosa, de unas 900 páginas. ¿Qué pretendió?

–Construirle un monumento literario a Andalucía. La Andalucíada es la recreación novelada de toda la mitología andaluza. Se basa en los pocos datos que tenemos de los autores grecolatinos. Estrabón dijo que aquí había leyes en verso 6.000 años antes de su época, que era el siglo I a. C. Por lo tanto estamos hablando de la cultura más antigua de Occidente. El libro pretendía darle identidad a Andalucía, porque como decía Borges un pueblo sin mitos es un jardín sin flores.

–Algo parecido a ‘La España Mágica’ de Sánchez Dragó.

–De hecho Sánchez Dragó, que fue mi amigo, prologó el libro. Me llama “andaluz universal”. Estuvo en mi casa viendo la Semana Santa. Fue un proyecto de muchos años.

–¿Cuál es el gran mito andaluz?

–El mito de la Gran Madre, por eso la protagonista del libro es la reina Turta. Es un mito que no se ha podido destruir nunca. Está en los genes de los andaluces, fundamenta el ser de Andalucía. De ahí vienen las romerías y la devoción mariana.

Para escribir ‘La Andalucíada’ tuve que reajustar mi economía. Me influyó mucho en mi vida personal

–Otro de sus temas de investigación es la revolución de 1868, la Gloriosa. De ahí sus libros ‘Historia secreta de los derribos de conventos y puertas de Sevilla durante la revolución de 1868’ y la novela ‘La gloriosa revolución del asco’.

–Para Sevilla, la gran pérdida del 68 fue el derribo de las puertas de la ciudad. En mi libro reproduzco los documentos originales que hay en el Ayuntamiento sobre esta cuestión. Políticamente, fue una pena que la Revolución del 68 fracasara, porque era una apuesta por la modernización que se había producido en países como en Francia. Se inició con la sublevación de la escuadra en Cádiz, pero Sevilla se convirtió rápidamente en el centro de los acontecimientos. El 20 de septiembre de 1868 se formó un Ayuntamiento revolucionario y en la primera reunión acordaron el derribo de la Puerta de Triana. A los tres días vendrían las de Carmona, Osario y San Fernando

–¿Por qué esas prisas?

–Porque había un chanchullo, una trama de intereses políticos, sociales y económicos en los que estaban implicados el alcalde, Francisco de Paula del Castillo y Urri, el arquitecto municipal Manuel Galiano, el concejal Adolfo de la Rosa y el contratista José Girón y Alcalá, que era un pillo e hijo de un amigo del alcalde, del que había sido vecino en Sanlúcar de Barrameda. Con los beneficios se compró una casa en la calle San Eloy que aún existe. Las puertas de Sevilla las tiraron por una trama de corrupción urbanística. También fue una tragedia el derribo de la Iglesia de San Miguel. Uno de los personajes que defendió el patrimonio fue Francisco Mateos Gago. Llamaba a la Revolución del 68 ‘la asquerosa’ en vez de ‘la gloriosa’.

–Es usted también fundador de la Asociación de Cervantistas de Sevilla.

–La creamos para conmemorar el cuarto centenario de la muerte de Cervantes, ya que Sevilla no tenía nada preparado. Por ahora hemos conseguido que se adecenten el monumento a Cervantes de Entrecárceles y su rotonda en el Parque de María Luisa. El núcleo fundacional fue una tertulia que tenemos en la librería Boteros. Yo fui el primero en entrar en esa librería, cuando estaba en obras. Vivo en frente y creí que iban a poner un bar.

–Cervantes tuvo una amplia relación con Sevilla.

–En su obra la nombra 125 veces. No se entienden sus libros sin Sevilla.

–Pero en el Quijote apenas sale.

–Se habla de la Giganta.

–Sí señor. Cuando llegue a casa busco la referencia y la pongo. [“Una vez me mandó que fuese a desafiar a aquella famosa giganta de Sevilla llamada la Giralda, que es tan valiente y fuerte como hecha de bronce”].

–Sevilla está muy presente en algunas de las mejores obras de Cervantes: Rinconete y Cortadillo, El celoso extremeño... Tenga en cuenta que Cervantes vivió aquí diez años. Desde la Asociación queremos hacer investigación y luchar porque Sevilla tenga un centro de interpretación cervantino donde se vea la amplia vinculación del escritor con la ciudad. Hay centros parecidos en Valladolid, Esquivias y El Toboso. Queremos que Sevilla se convierta en la Meca del cervantismo.

–Pero algunos dicen que la relación de Cervantes con Sevilla no fue del todo buena. Al fin y al cabo fue la ciudad donde estuvo preso.

–Cervantes tuvo una vida muy azarosa, pero está claro que amaba la ciudad. Estaba muy vinculado al mundo literario y artístico de la urbe, como demuestra en su obra Viaje del Parnaso. En la sala dos del Museo de Bellas Artes hay un cuadro de Francisco Pacheco, el suegro de Velázquez, que narra un rescate de cautivos. En la obra se ve un marinero cuya cara parece ser el retrato de Cervantes. Todos sabemos que fue comisario real de abastos, pero hay sospechas de que él tenía negocios privados en Sevilla.

El derribo de las puertas de Sevilla con la Gloriosa fue un chanchullo producto de la corrupción urbanística

–¿Puede explicarlo mejor?

–Sobre todo en el tema del bizcocho, que era un elemento muy importante en la alimentación de las tripulaciones de los barcos en la época. En la calle Betis había varias tiendas. Uno de los documentos que ha descubierto el archivero de la Puebla de Cazalla, José Cabello Núñez, hace referencia a una bizcochera de la Puerta de la Carne con la que Cervantes tuvo tratos...

–¿Carnales?

–No lo sabemos... Otra cosa en la que estamos empeñados es en la recuperación de todos los azulejos cervantinos de la ciudad.

–¿Los que diseñó José Gestoso?

–Si, con textos de Luis Montoto. Eran muy amigos. Según los documentos, el Ayuntamiento pagó 25 de estos azulejos, pero actualmente se conservan solo 19. Además está la réplica que se ha respuesto en Omnium Sanctorum gracias a Joaquín Moreno Gutiérrez.

–¿El procurador y tabernero del barrio de la Feria?

–Exacto. Pero antes necesitamos encontrar los textos de los azulejos que se han perdido por derribos y otros avatares para poder reponerlos. Tengo algunas pistas, porque sé que Luis Montoto se los dio a José Gestoso. Puede que estén en la Biblioteca de la Universidad, que fue la heredera de los papeles de Luis y Santiago Montoto. Son 36 cajas. Me quedan por mirar ocho, pero todavía no he encontrado nada. La otra posibilidad es que se encuentren en los papeles de Gestoso que hay en la Colombina. Por cierto, que los textos están basados en un prólogo que escribió Rodríguez Marín sobre Rinconete y Cortadillo.

–No me gustaría acabar sin que hablemos de la capa española, prenda de la que es usted devoto.

–He sido muchos años directivo de la Asociación de Amigos de la Capa de Sevilla, que actualmente la componemos unas 120 personas. Nos citamos en la puerta del Ayuntamiento los segundos viernes de cada mes (los frescos, claro) y damos un paseo. Lo que me llamó la atención de la capa fue su tradición literaria. Escritores como Valle-Inclán, los Quintero o los Machado usaban capa.

Hay sospechas de que Cervantes tuvo negocios privados en Sevilla relacionados con el bizcocho

–¿Está condenada a desaparecer?

–No creo. A la gente le gusta que siga existiendo. Cuando damos los paseos de la capa la gente nos llama guapos. Tenemos unos encuentros anuales con asociaciones de toda España. En Sevilla fue hace dos o tres años y vinieron 600 capistas de toda España. No está mal. La capa española es una forma de romanticismo. Aunque ya había capas desde la prehistoria, como se ve en un yacimiento de Huelva, los orígenes de la capa española están muy vinculados al Duque de Béjar, al que Cervantes le dedica la primera parte del Quijote.

–La capa es un símbolo de la lucha de lo castizo contra lo extranjerizante. Ahí está el Motín de Esquilache.

–Efectivamente, como dice su nombre, la capa es una prenda muy española.

–Siempre han sido famosas las capas de la tienda Seseña de Madrid. Pero, en Sevilla, ¿dónde se puede comprar una buena capa?

–A mí me la hicieron a medida en la Sastrería Trimber, en la calle José Gestoso. Pero hay más sitios. Es una prenda cara. Sobre todo, la Asociación es una reunión de amigos.

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