Alberto González Troyano | Ensayista y taurino

“La gran esperanza de los toros es Francia”

  • El profesor y escritor vuelve a las librerías con ‘Montesquieu en el ruedo’, obra publicada por El Paseíllo en la que se analiza la evolución de los tres grandes sectores que componen la Fiesta

El rastro de la fama: Alberto González Troyano / José Luis Montero

Alberto González Troyano (Algeciras, 1940) pertenece a un grupo de intelectuales (Savater, Azúa, Gómez Pin...) para los que la tauromaquia no sólo ha sido una afición, sino una forma de vida, a veces casi suicida. Gentes que eran capaces de conducir toda una noche –por aquellas carreteras y con aquellos coches– para ver torear a una determinada figura. Ordoñista a capa y espada y superhombre nietzscheano, es capaz de permanecer horas en una barra sin buscar las tablas de un taburete, siempre fiel a su copa de manzanilla (Solear, si es posible) y a una generosidad (intelectual y material) que lo ha convertido en una referencia para generaciones posteriores. No hay sarao, conspiración o contubernio a la que don Alberto no se apunte con la alegría de un cadete. Jubilado ya tras años como profesor de Literatura en las universidades de Cádiz y Sevilla, sigue llevando una actividad frenética, bien como miembro de la Fundación de Estudios Taurinos, bien como autor de obras como la que ahora llega a las librerías gracias a la editorial taurina El Paseíllo: ‘Montesquieu en el ruedo. Diestros, ganaderos y público: tres poderes en conflicto’. En este libro, González Troyano disecciona la evolución histórica de los tres sectores que componen la Fiesta para buscar las posibles causas de sus actuales problemas.

–Después de leer su libro da la impresión de que la historia de la tauromaquia está todavía por escribir.

–En efecto, ha habido asuntos que se han excluido porque parecía de mal tono hablar de ellos. Sobre todo los relacionados con el negocio económico y los conflictos internos entre ganaderos, toreros y público. Las historias de la tauromaquia siempre han buscado el lado más noble de la Fiesta, obviando esos evidentes conflictos. Ahora, cuando nos enfrentamos al incierto porvenir de los toros, habría que indagar sobre cuáles son las causas que nos han llevado a este punto. ¿Hemos llegado a una degradación imparable? ¿O podemos ponerle un cierto freno?

–¿Es posible una historia taurina que no esté escrita ni por aficionados ni por antitaurinos?

–Lo veo muy difícil. Uno de los pocos que lo ha intentado hacer es Adrian Shubert, un historiador canadiense que se dio cuenta de que esta materia estaba por explotar. Y lo primero que hizo fue dejar claro que la tauromaquia es un negocio y como tal hay que estudiarla. Ha habido historiadores aficionados y eruditos muy buenos, pero que no han ido más allá del positivismo de recoger los datos.

–Es cierto que el libro ‘A las cinco de la tarde,‘ de Adrian Shubert, te enseña a mirar la historia de la tauromaquia de una forma totalmente diferente. Hasta como impulsora del desarrollo inmobiliario en las ciudades españolas a finales del XIX y principios del XX.

–Porque la de Shubert es una mirada virgen que no está condicionada por los prejuicios de los que hemos visto siempre a la Fiesta como una ceremonia mítica cargada de resonancias. Gracias a esa mirada se pudo adentrar en el negocio interno de los toros. En todos los cambios que ha sufrido la Fiesta a lo largo de la historia la cuestión del dinero ha pesado mucho. Pero, insisto, daba pudor hablar de ello.

–Eso de no hablar de dinero es muy español, pero, ¿ha existido algún tipo de interés de algunos sectores por esconder estos conflictos?

–Ha sido, sobre todo, un problema de apariencias. Como indica Antonio Luis López Martínez, autor de Ganaderías de lidia y ganaderos. Historia y economía de los toros de lidia en España, es falso ese mito de que el ganadero solo buscaba el prestigio de su apellido, con criterios claramente nobiliarios. En cuanto uno se mete a remover los papeles se ve claramente que el ganadero quería ganar dinero. Eso ha determinado mucho la fiesta.

–Haciendo un paralelismo con los tres poderes de Montesquieu, usted plantea tres poderes en pugna en la fiesta: los ganaderos, los toreros y el binomio empresario-público. Saco la conclusión de que van ganando los toreros, que son los que están imponiendo su criterio.

–Sí, sobre todo porque a partir de Lagartijo y, sobre todo, de Belmonte, imponen un criterio que fue fundamental para salvar a la fiesta: el toreo es arte. La figura del matador y la lidia desaparecen para ofrecer un espectáculo artístico. El torero exige ser considerado como un artista. De esta manera, el equilibrio que había entre ganaderos, toreros y público se rompió.

Ha dado mucho pudor reconocer que la Fiesta es un negocio y que el dinero pesa bastante

–Y el público transigió.

–Sobre todo el público que tenía menos conocimientos. La lidia tradicional exigía poseer mucho saber, ser un entendido –tendido y entendido son dos palabras muy relacionadas–. Los toreros, además, empezaron a querer imponer otro tipo de toro para poder ejecutar mejor esa nueva lidia artística. Eso será un cambio radical.

–Dentro de esta pugna entre toreros y ganaderos hay dos figuras fundamentales: Guerrita y Bombita.

–Sobre todo Guerrita, porque ya contaba con el gran favor del público y podía imponer al ganadero el toro que él quería, no el criador. Un toro que se adecue a su forma de torear y no a las ideas del ganadero. Ese criterio antes hubiese sido intolerable.

–¿Y por qué aceptaron los ganaderos?

–Por dinero. Si no se adaptaban a las nuevas formas sencillamente no vendían toros. La opinión del torero se va imponiendo y ya es capaz de decirle al empresario que con determinados toros él no torea. Se rompe así el equilibrio tradicional. En este momento se empiezan a imponer unas ganaderías sobre otras. Y Bombita dice: “cuando el público quiera ver miuras yo voy a cobrar más”.

–Habla en el libro de un cierto resentimiento de clase de los toreros hacia los ganaderos.

–Si usted observa un cartel de toros de los siglos XVIII y XIX verá que lo más destacado es el nombre del ganadero, que siempre va antecedido del don: don Felipe de Pablo Romero, don Eduardo Miura... Ese “don” ya habla de una diferenciación. El ganadero era el heredero del espíritu del toreo nobiliario a caballo. Esa jerarquía crea un resentimiento entre los toreros. Además, en esa exigencia de los toreros de elegir los toros hay también un rechazo a que sean los ganaderos los que lo decidan todo, los que se lleven el prestigio, cuando son ellos los que reciben los aplausos del público.

–Todo esto que estamos hablando está muy conectado con la rivalidad de Joselito y Belmonte. El primero representaba el toreo antiguo y Belmonte fue un revolucionario, un artista forjador de una nueva forma de torear.

–Como decíamos antes, para apreciar una buena lidia antigua tenías que tener una serie de conocimientos. Sin embargo, para sentirse afectado por una faena artística no hace falta esa sabiduría en la que se invierten años. Por tanto, el toreo artístico se fue imponiendo porque llega más a la gente y porque es más fácil de entender. También hay algo de que la gente, cuando cree que está viendo una obra artística, se siente menos culpable. El público se dice: “yo estoy aquí no para ver cómo se mata un toro, sino para ver cómo se lleva a cabo una faena artística”.

–Lo veo lógico.

–El cambio era necesario para la supervivencia de la fiesta, pero al mismo tiempo eliminó unos valores que se perdieron o disminuyeron: el riesgo, la fiereza del toro...

–¿Y es significativo que hoy haya todo un movimiento de reivindicación de Joselito frente al belmontismo?

–Belmone es un personaje literario muy llamativo. La biografía de Chaves Nogales hizo mucho por su memoria. Sin ese libro Belmonte hubiese quedado más difuminado, como tantas otras figuras. El Pasmo de Triana se interesó mucho por la cultura, no quería ser un analfabeto. Cuando se reunía con Pérez de Ayala o Valle-Inclán se había empapado sus libros. A lo mejor no los había comprendido del todo, pero quería estar en las tertulias con los escritores como uno más.

El toreo artístico se fue imponiendo porque llega más a la gente y es más fácil de entender

–Pero otros toreros cultos y que protagonizaron una gran obra literaria, como Sánchez Mejías, no han pasado a la historia como cumbres de la tauromaquia.

–Sánchez Mejías basa gran parte de su fama en la muerte en el ruedo y en el famoso poema de Lorca. Un torero como el Espartero tampoco sería tan recordado si no hubiese muerto toreando. La muerte es muy importante en la fama taurina. Por eso Valle-Inclán le dice a Belmonte: “Sólo te queda morir en el ruedo”...

– ...“Se hará lo que se pueda”, le contestó. ¿Y Manolete? También murió en la plaza.

–Pero Manolete es un caso distinto al de Espartero o Sánchez Mejías. Su capacidad de lidia y su entrega fueron muy importantes, extraordinariamente valiosas.

–Quizás el último ganadero de la vieja escuela fue el poeta Fernando Villalón. Y fracasó.

–La imagen que tenemos de Fernando Villalón como ganadero es la transmitida por su primo Manuel Halcón. Villalón es la imagen del hombre que se arruina por una idea. Quería conseguir un determinado toro que nada tenía que ver con lo que estaban pidiendo los toreros. Es el último resistente de una forma de concebir la cría de toros bravos. Villalón era un noble, un hombre rico en sus momentos iniciales y no quiere sucumbir como los demás ganaderos. Pero esta actitud le llevó a la ruina y a una muerte casi en la miseria.

–Más allá de ese mito que ha tenido tanto éxito de que quería un toro con los ojos verdes, ¿qué tipo de reses quería criar Fernando Villalón?

–Para él era muy importante que el toro fuese cinqueño, que tuviese cinco años. Antes, el toro es todavía demasiado joven y es muy fácil de burlar, como si fuese un niño. Él no permitía que sus toros se lidiasen con cuatro años, como terminaron imponiendo los toreros. Villalón nunca hubiese permitido que un torero, aunque fuese amigo suyo, eligiese sus toros. Ahora es lo normal. El equilibrio de Montesquieu entre los poderes se ha perdido por completo.

–Su teoría, como ya comentamos antes, es que todo esto es posible porque el público deja de ser entendido y da por válido cualquier cosa.

–La figura del entendido fue desapareciendo y siendo sustituida por el partidario. Cuando uno se hace partidario de un torero no ve una faena, sino que se limita a esperar el triunfo. Esto fue enturbiando el conocimiento y el aplauso a los toreros. Es verdad que estas competencias entre diestros llevaron mucho público a los ruedos, pero los entendidos terminan desentendiéndose.

–Pero, precisamente, hay voces que afirman que habría que recuperar esas viejas rivalidades entre toreros para reanimar la fiesta.

–Es que había rivalidades que estaban muy justificadas. Por ejemplo, la de Lagartijo y Frascuelo, que tenían dos tipos de torear completamente distintos. Era comprensible que uno fuese partidario del toreo de Frascuelo, valiente y arriesgado, o de Lagartijo, que era casi una escultura en la lidia. Lo que no está justificado es que alguien le dé sus aplausos a un torero porque sea de su pueblo. El partidario lo único que quiere es el triunfo de su torero.

–¿Y el empresario, siguen representando el interés del público?

–Antes el empresario tenía que ser alguien con la sensibilidad necesaria para saber qué es lo que quería el público. Había incluso empresarios que no eran aficionados a los toros. Pero eso se pierde cuando el público ya no es exigente, cuando va a las corridas sin saber muy bien qué es lo que va a ver. Hemos visto ferias muy importantes que han vendido sus abonos antes incluso de que se supiesen qué diestros y ganaderías iban a participar. Eso ha ido generando la idea de que el público no importa.

Fue Guerrita el que impuso un toro que se adecuase a su forma de torear y no a las ideas del ganadero

–Hace unos diez años le pregunté en una entrevista por el futuro de la fiesta y usted fue muy pesimista. ¿Sigue pensando igual?

–La gran esperanza de los toros es Francia. Los franceses han convertido este espectáculo en algo propio manteniendo el carácter español del mismo. En las zonas taurinas de Francia es sorprendente ver los bares llenos de gente hablando de toros. Es un milagro. Las propuestas prohibicionistas que se han llevado al parlamento francés han sido completamente derrotadas.

–Francia salvando a los toros... eso sí que es una herida narcisista en mi alma española.

–A mí me parece muy bonito. Y no estamos hablando de una moda, porque es un fenómeno que ya lleva muchos años.

–¿Y España?

–En España es muy difícil volver a recuperar la figura del entendido. Seguirán las ferias, pero es difícil que haya una revalorización de los toros.

–Usted pertenece a un grupo de intelectuales muy aficionados que apoya a la Fiesta sin complejos (Fernando Savater, Víctor Gómez Pin, Félix de Azúa...). ¿Echa eso de menos en las generaciones actuales?

–Es cierto que en nuestra época había una serie de figuras que movilizaban mucho. Éramos capaces de conducir toda una noche para ir a ver una corrida. Éramos apasionados de la tauromaquia. Esa ilusión se ha perdido y somos una reliquia. Ya nos interesa más que la tauromaquia la cultura que esa tauromaquia ha producido y que ha condicionado nuestra vida.

–Hay brotes verdes: Albert Serra, Víctor J. Vázquez, David González, Fernando González Viñas...

–Sí, en ese aspecto estoy tranquilo. En España va a haber mucha resistencia a la desaparición de los toros. Pero quizás nuestra generación estaba más conjuntada e incluso nuestra relación con el mundo taurino era más fluida. Nosotros organizábamos muchísimos seminarios y actividades que eran apoyados por el mundo taurino. Ahora detecto que ese mundo es más escéptico con la capacidad de los intelectuales para defender la Fiesta.

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