La crónica del derbi sevillano

El Betis le pone una alfombra roja al Sevilla (0-2)

  • Los sevillistas monopolizaron el balón a lo largo de todo el partido y la expulsión de Guido Rodríguez antes del descanso les facilitó aún más el triunfo

  • Un gran gol de Acuña y otro de Bellerín en propia puerta reflejaron en el marcador la diferencia 

Los jugadores del Sevilla apretujan a Acuña tras el buen gol del argentino.

Los jugadores del Sevilla apretujan a Acuña tras el buen gol del argentino. / Antonio Pizarro

Cero a dos en el marcador del Benito Villamarín, triunfo del Sevilla y la sensación muy extendida de que el Betis le puso una alfombra roja al Sevilla en este derbi número 135 de los oficiales disputados por las dos escuadras de esta bendita ciudad. Los forasteros monopolizaron el balón ante un rival, desconocido a tenor lo de demostrado desde que Manuel Pellegrini está al mando del equipo, que corrió persiguiendo sombras durante los 95 minutos que se litigaron en el feudo heliopolitano. Todo lo contrario que un Sevilla que se iba a sentir siempre muy cómodo en el papel de equipo controlador de todas las situaciones por mucho que en excesivas ocasiones se perdiera en los pases de seguridad. Pero como en el fútbol todo tiene que ver al final con el resultado, pues la posible discusión queda resuelta a favor del ganador.

El Betis fue siempre un quiero y no puedo ante un Sevilla que se hizo dueño de la pelota desde la fidelidad a los principios impuestos por Julen Lopetegui a los suyos. Nada de rifar el esférico, nada de correr riesgos innecesarios, cuando no se puede avanzar por un costado, pase de seguridad atrás para buscar las otras vías e ir desesperando a un rival que fue haciéndose el harakiri poco a poco en medio de su evidente desesperación por no sentirse protagonista jamás.

Es el mérito de los nervionenses, sin duda, haber sido capaces de desconectar a los heliopolitanos para que éstos se llegaran a sentir casi como invitados en su propia fiesta. Jamás llegaron a meterse en el juego de verdad y sencillamente tuvieron que claudicar ante la imposibilidad de apoderarse del objeto en el que se fundamenta todo en este deporte, el balón. Fue una sensación de impotencia absoluta y en eso también, lógicamente, cabe otorgarle el mérito a Julen Lopetegui y su tropa, que se supieron manejar con el traje que más suelen utilizar. Nada de volverse locos esta vez, controlar las emociones y esperar al error del adversario.

Mateu Lahoz le muestra el camino de los vestuarios a Guido Rodríguez tras su segunda tarjeta. Mateu Lahoz le muestra el camino de los vestuarios a Guido Rodríguez tras su segunda tarjeta.

Mateu Lahoz le muestra el camino de los vestuarios a Guido Rodríguez tras su segunda tarjeta. / Antonio Pizarro

Sería ilógico no introducir en estos primeros párrafos del relato la expulsión de Guido Rodríguez antes de que se llegara al ecuador de los acontecimientos. Pero no parece que exista la menor duda al respecto. El argentino ya había hecho tres faltas demasiado flagrantes cuando vio la primera amarilla en el minuto 10, innecesarias en casi todos los casos. Volvió a rozar una advertencia al interrumpir un contragolpe de su compatriota Ocampos y cometió una ingenuidad total cuando le metió la pierna a Rafa Mir en una arrancada del gigante cartagenero que apenas hubiera tenido ninguna opción de prosperar. En el argot cursi del reglamento arbitral actual, sí era una acción prometedora y eso conllevó una segunda tarjeta que más bien debería conducir a la autocrítica por parte del medio centro bético, porque no se sabe muy bien por qué cometió ese error tan nítido como innecesario.

Está claro que desde ahí todo cambiaba, que el dominio del Sevilla se iba a agudizar con una pieza más sobre el campo, entre otras cosas porque no se presiona igual con diez que con once por mucho que Helenio Herrera hiciera famoso el aserto contrario. El Sevilla se cargó de paciencia, siguió a lo suyo, a mover aún más al Betis de costado a costado hasta que hubiera algunos metros de ventaja. La mayoría de las veces fue a través de Montiel por la derecha, que tuvo varias internadas muy peligrosas, pero quien acertó con un disparo inapelable fue Acuña, que enganchó un tiro en el borde del área imposible para Claudio Bravo.

Corría el minuto 55 y ya todo se le iba a hacer muy largo a un Betis que era incapaz de recuperar el esférico. No hay más que comprobar la diferencia en el porcentaje de posesión para entenderlo todo. 74 por ciento para el Sevilla por un 26 para el Betis. Es decir, tres cuartas partes de los 95 minutos estuvo en las botas de los forasteros. En el fútbol las estadísticas no quieren decir nada, sobre todo cuando el que menos tiene la pelota marca un gol más que el rival, pero tampoco eso fue así, ya que el segundo tanto iba a llegar a través de un remate contra su portería de Bellerín, entre otras cosas porque tampoco los rojos eran muy propicios a hacer eficaces sus acercamientos.

Es el resumen de un derbi, el 135, en el que Pellegrini volvió a hacer 8 cambios en su alineación respecto a los que partieron en Leverkusen, aunque esta vez la mayoría eran los considerados como titulares, mientras que Lopetegui no podía ser más fiel a sus principios balompédicos, sólo mínimamente alterados por las circunstancias de las lesiones. Con semejantes elementos y los parámetros habituales en los dibujos, lo cierto es que la diferencia estuvo en la ejecución.

El Betis fue incapaz de dar el paso adelante para hostigar a un Sevilla que siempre se iba a sentir muy cómodo a pesar de la presión ambiental. En definitiva, el Sevilla iba a ser muy superior en todo momento, lo que condujo a la felicidad a los suyos, mientras el Betis deberá sufrir en silencio su incapacidad para haberse acercado siquiera a imponer su modelo de juego. El tercero fue mejor que el quinto, está claro, y aprovechó que éste le puso, paradójicamente, una alfombra roja en el feudo verde.

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