Un último baile en el Benito Villamarín

Más de 55.000 aficionados vieron el encuentro en el estadio gracias a las pantalla de 360 grados instalada por el club para ver la final en Heliópolis

Una aficionada del Betis llora en el estadio Benito Villamarín.
Una aficionada del Betis llora en el estadio Benito Villamarín. / Juan Carlos Vázquez

El último baile del Benito Villamarín no fue el soñado. Soñaron los béticos con otra gran celebración en su estadio antes de que las máquinas echen abajo la grada de preferencia para levantar el nuevo estadio, pero aun así fue una bonita despedida. Un hasta luego.

Desde las 16:00 horas ya se respiraba en los alrededores del estadio bético aroma a partido. Los puestos empezaban a colocarse en sus puntos habituales y aficionados con las camisetas del equipo rondaban la zona. De previa. Más alejado de Heliópolis, por el centro, por ejemplo, los colores verdiblancos predominaban también. Muchos seguidores empezaban a quedar para acudir juntos a su templo y otros se cambiaban para enfundarse su zamarra de la suerte al salir del trabajo: destino, el Benito Villamarín. El último partido de la temporada también se jugaba en casa, aunque los protagonistas estuvieran a más de 3.000 kilómetros. El último baile en el viejo Villamarín antes de que las máquinas renueven la instalación con una profunda obra más que necesaria.

El ambiente se iba caldeando con el paso de las horas..., y no sólo por las altas temperaturas. Sonaba el “somos balompié” con fuerza por Heliópolis y retumbaba el himno pese a la ola de calor en Sevilla. No faltó el “Betis, alé”, con la esperanza de volver a Plaza Nueva. Los nervios iban in crescendo. Y el río hacia el estadio heliopolitano iba ganando caudal por las calles hasta que a las 19:00 abrieron las puertas del estadio. La ilusión por bandera. Engorilamiento máximo.

Aficionados del Betis ven la final de la Conference League en el Benito Villamarín.
Aficionados del Betis ven la final de la Conference League en el Benito Villamarín. / Juan Carlos Vázquez

Como si fuese un domingo cualquiera de liga los hinchas fueron ocupando su sitio. 5 euros la entrada (la recaudación iría destinada a distintos proyectos solidarios) para ver el choque con la familia y los amigos de siempre, para sufrir y disfrutar al lado de los de siempre, aunque si hay algo que celebrar cualquiera que vista los mismos colores es una buena opción.

La noche fue entonándose con las actuaciones musicales que el club había preparado para amenizar la espera, aunque la música no sirvió para rebajar la tensión propia en la previa de una cita histórica. Cuando las imágenes de televisión que se veían en las cuatro pantallas instaladas sobre el césped del coliseo bético mostraron a los jugadores de Pellegrini saltando al campo del Stadion Tarczyński Arena ya se sintió el primer rugido de la hinchada sevillana en su feudo. El primer aliento de apoyo seguro que llegó hasta Polonia. La final también se juega en casa. Incluso cada nombre del once inicial fue coreado.

Cuando acabaron las actuaciones en el terreno de juego, llegó el turno de una grada repleta. Los cánticos de la afición comenzaron a resonar. Más de 55.000 almas cantaban el himno y a los nueve minutos de partido se rompieron las gargantas para celebrar el gol de Abde. La locura llevada al extremo. Después, la decepción. Las lágrimas por lo que pudo ser y no fue y, sin embargo, esas mismas lágrimas eran de orgullo y así lo reflejaba el grito de “Betis, Betis” al final del partido.

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