Antonio Camacho, psicólogo: "La sobrecarga de estimulación digital es un factor común en trastornos como el insomnio y el burnout"

Las redes sociales, videojuegos y plataformas de contenido están diseñados para maximizar la liberación de dopamina, proporcionando recompensas inmediatas

Claves para detectar el síndrome de la desconexión cognitiva y que no afecte a la calidad de vida

El psicólogo Antonio Camacho
El psicólogo Antonio Camacho / Esvidas

Vivimos rodeados de pantallas. Desde que despertamos hasta que finaliza el día, pasamos entre seis y ocho horas diarias interactuando con dispositivos digitales, sin contar el tiempo que dedicamos al trabajo. Aunque esta rutina parece normalizada, sus consecuencias son profundas y preocupantes. Cada clic, notificación o vídeo que consumimos no solo entretiene o informa, sino que también reconfigura silenciosamente nuestro cerebro, generando patrones de dependencia similares a los observados en las adicciones tradicionales. Ante esta nueva realidad, surge una pregunta urgente: ¿estamos criando generaciones de cerebros hiperestimulados?

La dopamina: un motor en sobrecarga

En el centro de este fenómeno se encuentra la dopamina, el neurotransmisor asociado al placer y la motivación. De manera natural, nuestro cerebro la libera en situaciones como socializar, alcanzar logros o disfrutar de actividades recreativas. Sin embargo, la era digital ha alterado profundamente este equilibrio. Redes sociales, videojuegos y plataformas de contenido están diseñados para maximizar la liberación de dopamina, proporcionando recompensas inmediatas y constantes que mantienen a los usuarios enganchados.

Este exceso de estimulación no pasa desapercibido para el cerebro. Al recibir dosis repetidas de placer inmediato, nuestro sistema de recompensa desarrolla tolerancia, necesitando estímulos cada vez más intensos para generar la misma satisfacción. De esta manera, lo que en principio parecía un entretenimiento inofensivo se convierte en una fuente de adicción conductual, afectando funciones vitales como la concentración, la regulación emocional y la capacidad de disfrutar de actividades cotidianas menos estimulantes.

Según explica el doctor Antonio Peña, especialista en adicciones de Esvidas, "la sobreexposición a estos estímulos digitales no solo crea una adicción psicológica, sino que está reconfigurando las conexiones neuronales del cerebro. Esto afecta nuestra capacidad de concentración, la regulación emocional y nuestra satisfacción en las actividades cotidianas". Por lo tanto, estamos hablando de una transformación cerebral que, aunque silenciosa, tiene consecuencias profundas en la salud mental de millones de adultos.

Consecuencias reales y caminos hacia una cultura digital saludable

La sobrecarga de estímulos digitales no se limita solamente a las pantallas, sino que sus efectos repercuten en toda nuestra vida. La desmotivación hacia las actividades cotidianas es uno de los síntomas más visibles. Leer un libro, mantener una conversación o realizar tareas que exigen atención prolongada puede parecer tedioso en comparación con la dinámica vertiginosa de las redes sociales o los videojuegos. A esta dificultad para concentrarse se suman problemas de memoria y una mayor propensión a la irritabilidad, la ansiedad y la baja tolerancia a la frustración.

El psicólogo Antonio Camacho, también de Esvidas, advierte que "las personas que dependen constantemente de estímulos digitales tienden a experimentar niveles más altos de ansiedad y estrés. Esta sobrecarga de estimulación es un factor común en trastornos como el insomnio y el burnout", por lo que esta adicción al estímulo digital, aunque no implique sustancias externas, produce alteraciones emocionales y conductuales que afectan a nuestro bienestar.

A pesar de este panorama, no se trata de demonizar la tecnología, sino de aprender a convivir con ella de manera equilibrada. La construcción de una cultura digital consciente implica educar en el uso responsable de los dispositivos, entender los mecanismos neuroquímicos que se activan durante el consumo digital y fomentar la recuperación de espacios de pausa y conexión auténtica.

Implementar hábitos como reservar momentos libres de pantallas, especialmente durante las comidas o antes de dormir, es esencial para reducir la sobrecarga. La llamada "higiene digital" incluye acciones como programar descansos frecuentes, limitar las notificaciones y establecer horarios de desconexión para fomentar un uso más consciente. El ejemplo de los adultos resulta clave en este proceso: si padres, docentes o líderes modelan una relación equilibrada con la tecnología, es más probable que quienes los rodean adopten conductas similares.

Además, cuando el uso de la tecnología interfiere significativamente en la calidad de vida, es importante buscar apoyo profesional. Existen terapias específicas para tratar adicciones comportamentales relacionadas con la tecnología y mejorar la regulación emocional. Como señala Camacho, las redes sociales no son intrínsecamente negativas, pero su impacto en nuestra salud depende de cómo las gestionamos.

En última instancia, el desafío actual no consiste en renunciar a la tecnología, sino en reaprender a priorizar aquello que verdaderamente nutre nuestro bienestar emocional. Volver a lo esencial como, por ejemplo, disfrutar de una conversación sin interrupciones, caminar sin mirar el móvil, desconectar para reconectar con uno mismo, es un acto de autocuidado cada vez más urgente en un mundo saturado de estímulos.

Tomar conciencia de cómo la sobreestimulación digital afecta nuestro cerebro es el primer paso para construir una relación más sana con la tecnología. A través de pequeñas decisiones cotidianas, podemos recuperar nuestra capacidad de disfrutar de lo simple, preservar nuestra salud mental y criar generaciones menos vulnerables a los efectos de un entorno hiperconectado.

stats