Con mochila y sin 'pay per view'

Los alrededores de la Catedral simulan un 15M a lo divino: acampadas para apaciguar la espera

La salida de las zonas del recorrido oficial sin sillas se hizo de forma fluida, sin tapones

La procesión Magna desde la Catedral, todas las fotos

Jóvenes comiendo bocadillos y patatas a la espera de la llegada del Gran Poder a la Plaza de San Lorenzo.
Jóvenes comiendo bocadillos y patatas a la espera de la llegada del Gran Poder a la Plaza de San Lorenzo. / Rafa del Barrio

La Magna es fiesta mochilera. Este accesorio no conoce fondo cuando se trata de pasar un largo periodo a la espera de ver pasos. Ensancha sus costuras hasta límites insospechados para dar cabida a víveres y líquidos que apacigüen el gaznate y el estómago en el largo mediodía que antecede a la procesión histórica.

Desde poco después de las 13:00 la primera línea está ocupada en la Plaza del Triunfo, tramo inicial del recorrido oficial libre de sillas. El enclave monumental invita a ser tomado desde bien temprano. En los bares de alrededor no hay ya resquicio libre en mesa y barra. Sólo queda armarse de paciencia. O buscar una rápida -y barata- alternativa en algún ultramarino. Los pocos que sobreviven en el barrio de Santa Cruz (donde los negocios tradicionales se cuentan con los dedos de una mano) hacen su peculiar agosto. Decimos peculiar porque este domingo, a diferencia de otros días, es clientela de habla española la que los colmata, cuando lo habitual es que primen los más variopintos idiomas. Hasta los exóticos.

El pack convencional roza los cinco euros. Bolsa de patatas, lata de refresco y algún fiambre. En varios establecimientos se agotó el pan hace tiempo, en otros, por razones higiénico-sanitarias, no se permite su venta. La mayoría de los que empiezan a colmatar este enclave traen el bocata de casa. No uno, sino varios, que el aburrimiento engorda el hambre. El salami se proclama rey charcutero de la Magna.

Acampada en la Plaza del Triunfo horas antes de que se iniciara la Magna.
Acampada en la Plaza del Triunfo horas antes de que se iniciara la Magna. / Redacción Sevilla

Sin urinarios cerca

Los alrededores de la Catedral parecen aquellas -ya míticas- acampadas del 15M, donde surgió la nueva política (de efímera vida). Cualquier elemento textil sirve para colocar nalgas y estirar las piernas. Desde mantas hasta bufandas. Bacanal low cost revestida de los brillos argénteos que aporta el papel de aluminio. En una de ellas, varios adolescentes abren una botella de manzanilla. Se la toman a buches, de boca en boca, que el escrúpulo a cierta edad no se conoce. "No bebas tanto", le advierte un joven a otro recordándole la lejanía de los aseos portátiles.

El Ayuntamiento asegura que ha instalado 50 por todo el centro de la ciudad, pero la mayoría de los mortales tienen dificultad de encontrarlos. La escasez de urinarios se traduce en un fuerte olor a orín en esas calles que parecen hechas para satisfacer, de urgencia, tal necesidad fisiológica. Todo sevillano guarda en la memoria un listado de vías sombrías donde la vejiga se alivia. 

El aparcamiento para autobuses, desprovisto de WC.
El aparcamiento para autobuses, desprovisto de WC. / Redacción Sevilla

En el parking habilitado para los autobuses, los pasajeros corren peor suerte. Ni un WC instalado. Un edificio deshabitado y en ruina hace las veces para el respetable. Una bienvenida poco grata (y aún menos decorosa) a la vieja Híspalis.

Las acampadas en el entorno catedralicio entorpecen la movilidad. Hay que saltar literalmente a sus integrantes. La ropa generosamente cómoda de quienes extienden sus cuerpos en el suelo contrasta con el atuendo de las que acuden a la Catedral para participar en la procesión. Mucha medalla y varias chaquetas donde el paso de los años a punto está de hacer estallar las costuras. Aprovechamiento máximo. O economía circular, que lo llaman otros.

Setefilla, la más original

Bajo el monumento del Triunfo se coloca un nutrido grupo de loreños que alegran la soporífera sobremesa con los vítores a su patrona: "¡Viva María Santísima!". Una compañera de bulla pregunta por el origen de la Virgen de Setefilla. Con un brazo tatuado que acompleja al mismísimo horror vacui barroco, Lola cuenta que es canaria y que conoció la Semana Santa sevillana por primera vez este año, una edición de obligado olvido por la lluvia. La DANA (ya entonces se llamaban así a los antiguos temporales) la dejó a ella y su hermano con la miel en los labios, razón más que suficiente para venir a la Magna en cuanto se la comentaron. Tal ha sido su repentino capillismo, que ya han reservado en un hotel del Miércoles al Sábado Santo de 2025. 

Aguardaron cinco horas a pie parado el sábado para ver a la Esperanza de Triana el sábado. Es su preferida. Todo lo que rodea a la Dolorosa de la calle Pureza le recuerda a la Patrona canaria, la Virgen de la Candelaria. "Viendo a la Esperanza y al Gran Poder, me sobra lo demás", defiende con ese acento meloso que hace más apacible la espera.

Sin colapso

El comentario general de la tarde es que hay menos público del que se esperaba. Mucha gente, pero nunca el colapso que se temía. “He sufrido Domingos de Ramos peores”, comenta un sevillano entrado en canas. Media hora antes de que se inicie la procesión todavía hay fluidez en los alrededores del monumento a la Inmaculada, aún con los ramos de flores ofrendados por las tunas la noche anterior. Graderío privilegiado para quienes disfrutan del acontecimiento sin pay per view.

La acampada se acaba. La Policía Local levanta al respetable cuando quedan 20 minutos para el comienzo de la Magna. El público, como el día anterior, sigue respetando las líneas rojas en un suelo que ya acumula los deshechos propios de la histórica jornada. El papel de aluminio deja su pringoso rastro en el pavimento gris de la zona declarada Patrimonio de la Humanidad.

Las sillas plegables también tuvieron cabida en la procesión.
Las sillas plegables también tuvieron cabida en la procesión. / Redacción Sevilla

La gente aplaude. No se sabe a qué ni a quién, pero aplaude. Lo hacen varias veces, hasta que por fin es la certera. Sale el cortejo con el estruendo de campanas de la Giralda, en la que ondea este día la bandera blanca y celeste. También lo hace la espadaña del Convento de la Encarnación. Entre los presentes hay quien menciona el monasterio por la venta de los recortes. Recuerdo oportuno para los que sacan del bolso una tableta de turrón Suchard, el postre del día. La guinda de la jornada gastronómica.

Silencio y pipas

Entre las últimas incorporaciones al variopinto público, se encuentra un grupo de adolescentes nazarenos que canturrean todo el repetorio de sevillanas dedicadas a su Protectora. Pasan los niños carráncanos y la curia eclesiástica. A los asistentes las caras de canónigos y clérigo en general les resultan poco comunes. La Virgen de los Reyes viene con los brillos nuevos de la tumbilla, estrenada para la ocasión. El murmullo continúa. Sólo se acalla cuando llega el Señor. El que no requiere nombre. Ya no hay ganas de comer. Un atisbo de aplauso es de inmediato silenciado. Continúa el Gran Poder su camino y se recobra la charla. Caras de sorpresa ante los vítores y cánticos a la Patrona loreña. Lo más original de la cita. Más provincia. El templete gótico de Valme y el neobarroco del de Consolación, la que con el barquito en la mano se lleva las últimas luces del día.

Acampada de jóvenes a la espera de ver pasos en la Magna.
Acampada de jóvenes a la espera de ver pasos en la Magna. / Rafa del Barrio

Huido el sol, el frío se deja sentir. La bulla ya no sirve de pantalla. Hay quienes buscan descanso en los macetones que rodean la muralla del Alcázar. El viento gélido ondea la bandera del palacio mudéjar, sobre el que se recorta la figura del Cristo expirante. Se dejó el turrón y ahora se pasan a las bolsas de pipas, cuyas cáscaras se tiran indisumuladamente al suelo. Las campanas de la Giralda anuncian la salida de las Esperanzas. La que viene de la orilla alfarera se presiente desde la Puerta de los Palos. Lola, la canaria, lo graba todo en el móvil. Le tiembla el pulso al tener tan cerca a la dolorosa trianera. El rímel impregna sus mejillas. Se coloca una mantoleta en los hombros para apaciguar el aire gélido, que ya resulta molesto.

Pasadas las siete de la tarde, con un retraso de 20 minutos sobre el horario previsto, viene la Macarena. Con su ascua de luz y el temblor de las mariquillas que tan humana la hacen. Después de seis horas ocupando suelo público, y con el frío calando los pinreles, la masa se dispersa. Con fluidez. Sin tapón alguno. Domingo de acampada y cofradías. Sobrevivir a una Magna sin silla es más soportable de lo que se creía.

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