Así quedó una tuba de un músico de Los Gitanos tras cruzarse varias personas por la banda
Polémica
La Sección Musical ha condenado los hechos y lamentado la falta de respeto de algunas personas al paso de las procesiones
Por desgracia es una tónica habitual y varias formaciones han compartido este tipo de sucesos
No por recurrente es menos lamentable. Una vez más, las formaciones musicales sevillanas -y en cualquier punto de nuestra geografía- sufren, de manera directa, las consecuencias del incivismo del público y las faltas de respeto de algunos individuos que, lejos de desarrollar la urbanidad entendemos propia del ser humano, se piensan con la verdad absoluta y la posibilidad de actuar sin consecuencias. Esta vez la damnificada ha sido la Agrupación Musical Nuestro Padre Jesús de la Salud.
Uno de sus músicos, acompañando a San José Obrero en su camino de regreso al barrio tras presidir el pregón de las Glorias, sufrió un golpe propinado por alguna persona -suponemos que movida por una fuerza interior implacable que le impedía esperar treinta segundos más- que cruzó por el interior de la banda, provocando daños en su instrumento, en este caso, una tuba, valorada en cientos de euros. En concreto, en los pistones y su sistema de sujeción al cuerpo de la misma. Pero no es solo la rotura del instrumento: es la salud del músico, que sin necesidad alguna se ve comprometida con este tipo de actitudes. Labios rotos, mandíbulas doloridas...
Es esta una cuestión que necesita ser atajada a todos los niveles y cuya base radica en la educación. Principalmente, la que se recibe en casa: sin esta apoyatura esencial, difícilmente el individuo desarrollará actitudes propias de una vida en comunidad y convivencia. E, importante reseñarlo: quienes protagonizan este tipo de deplorables sucesos no cumplen un patrón geográfico típico. Desde el más extranjero al sevillano acérrimo. Quien es maleducado, desafortunadamente, lo será siempre. ¿Qué se gana o consigue atravesando una formación, que religiosamente ensaya casi todos los días del año y se esfuerza por dignificar al máximo algo tan trascendental como una procesión? ¿Tiempo? ¿Impaciencia por no sabemos qué? Y lo hemos padecido en Semana Santa: esas reacciones no pueden ser sino fruto de un consumismo atroz y animalesco, de la necesidad primitiva de saciar un hábito sin miramientos y sin un mínimo de empatía por la colectividad.
¿Tanto esfuerzo supone esperar medio minuto a que termine de desfilar la banda? ¿Por qué tanto desprecio? ¿Acaso lo merecen, si después constantemente nos enorgullecemos de nuestras bandas y nuestros cortejos? ¿Queremos que las bandas tomen medidas ejemplares? Sería un verdadero fracaso social. Y como sociedad debemos responder para garantizar la dignificación del trabajo, el esfuerzo y la convivencia. Nuestro apoyo a todos y cada uno de los músicos, verdaderos estandartes de la paciencia más insospechada.
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