A punta de bisturí
Solo ha sido un mal... entendido
Sin entrar a valorar si se adecúan o no a la manifestación religiosa para la que van dirigidas estas músicas, y ruego al lector que haga un esfuerzo por abstraerse de este debate, vengo observando desde hace unos años cuando contemplo el paso de las cofradías en Semana Santa que las piezas que interpretan las bandas de los pasos de misterio generan muchísima más emoción en el público que las piezas que interpretan las bandas de los pasos de palio. Y me he preguntado a qué se debe.
Se podría decir que hasta no hace mucho tiempo el papel que generalmente jugaba la música de la Semana Santa en Sevilla era el de crear un ambiente. Tradicionalmente, la emoción que podía transmitir la música procesional, y esto aún sucede, se puede deber en parte, por supuesto, a la belleza de la obra en sí, pero diría que sobre todo es consecuencia de la nostalgia, porque reconocer una pieza musical suele traernos recuerdos y estos pueden ser entrañables.
En los géneros musicales escénicos como es el caso de la ópera, la música, además de generar una atmósfera, apoya el discurso del libreto con el objetivo de reforzar la transmisión de emociones. Con la globalización cofradiera impulsada ahora más que nunca por absolutamente todos los agentes cofradieros en las redes sociales y desde la normalización de las coreografías en las cuadrillas de costaleros iniciadas hace décadas ya bajo el "divino caballo", la música y la escena en la Semana Santa van cada vez más de la mano en los pasos de misterio. No resulta complicado percatarse de que los compositores amateurs y profesionales de estas músicas tan espectaculares ahondan e indagan en los recursos técnicos compositivos que desarrollan los autores de la música clásica contemporánea más comercial y extendida del momento, la destinada a las artes audiovisuales, como es el caso de la música de cine. Y es que buscan la actualización adaptándose a la vanguardia universal más consumida, no sin dejar de utilizar recurrentemente elementos procedentes de nuestro folclore, como ya hiciera en su día Font de Anta.
Estos autores, con estos recursos extraídos de la música contemporánea, con más o menos técnica en el arte de la composición, más allá de para crear belleza, escriben música para reforzar el guión de estos espectáculos escénicos itinerantes, y el público, que a consecuencia de esa globalización espera ballet, estando más familiarizado con los códigos musicales cinematográficos (y aflamencados) que con los que ofrecen las otras músicas de la Semana Santa, sugestionado, inevitablemente queda predispuesto a emocionarse más.
Por supuesto, cuando hablo de recursos no me refiero a los efectos de la percusión, como los cascabeles en unas o las campanas y el plato suspendido en otras, o a los efectos de un solo de trompeta o de flautín en unas o de corneta en otras con su consecuente fortissimo, sino que hablo del uso particular que hacen los autores de música para pasos de misterio de los elementos principales de la música: el ritmo, la melodía, la armonía y el contrapunto, la textura, la dinámica y hasta la forma. Todo ello generando un discurso que ofrece grandes dosis de retórica.
Diría que los compositores de la música para los pasos de misterio, adaptados con más o menos técnica al lenguaje musical contemporáneo comercial, redefiniendo el estilo con una mirada puesta en la nueva música escénica, pueden llegar a emocionar a más personas en una primera audición de su obra, ya sea en versión de concierto o ya sea en la calle, que lo que pueden llegar a hacerlo los autores de marchas para pasos de palio. Estos últimos, por bellas, inspiradas, logradas técnicamente y hasta novedosas que puedan parecernos sus obras, lo tienen más difícil porque, legítimamente y por lo general, siguen ciñéndose a un lenguaje postromántico-nacionalista y a unos cánones anquilosados.
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