Juan Parejo
¿Es peligroso salir a ver pasos?
Se viene hablando últimamente sobre la ausencia, al menos aparente, de intelectuales de referencia dispuestos a intervenir en la batalla de la cultura, desde la antropología cristiana, en nuestro país. No hablo sólo de grandes figuras, sino también de los pequeños intelectuales, las pymes de la intelectualidad, capaces de crear su propio espacio de discusión y análisis desde los valores y sentimientos que forman su patrimonio cultural. Hombres libres que no aceptan sin más el marco de discusión establecido y mantienen el suyo propio, aún siendo conscientes de que la libertad, también de pensamiento y expresión, tiene unos costes que hay que estar dispuestos asumir.
La misión de las hermandades exige activar la relevancia antropológica y social de la fe cristiana, esto nos lleva a una conclusión: es necesario atraer, preservar y retener talento en las hermandades. Intelectuales hermanos, capaces de ir creando tejido social intermedio, colaborando desde la hermandad en la tarea de procurar una "cosmovisión cristiana que recupere las raíces de Europa", como proponía Julián Marías.
A tener en cuenta: los intelectuales cofrades, como los demás, son, por definición, “espíritus libres”, de mente abierta, con creatividad intelectual, capaces de pensar fuera de los marcos mentales establecidos (think outside the box), que difícilmente encajan en estructuras cofrades rígidas. Su opinión no es la de la hermandad, sino opiniones personales que surgen del mundo de las hermandades. Importa la actuación de intelectuales reconocidos también como cofrades, que comparezcan ante la opinión pública para presentar, defender e impulsar los fundamentos de esa cosmovisión cristiana.
No se trata de crear en cada hermandad un consejo de sabios, ni de forzar una minoría intelectual, sino de ser conscientes de la necesidad perentoria de reforzar los fundamentos de la cultura cristiana desde las hermandades. Tampoco hablo de lobbies de intelectuales cofrades, bastante hay ya con los lobbies de priostía, sino del impulso espontáneo en las hermandades para pasar de mantenedoras de un catolicismo social a constituirse en minorías creativas, llevando a las hermandades a ser centros de excelencia.
Las notas comunes de estas minorías creativas son: principios claros, coherentes con la cultura europea; inquietud intelectual, política y social, además de formativa; intervención activa en los centros de opinión -medios, seminarios, conferencias, mesas redondas,…-; también en tertulias más o menos formalizadas; interés por debatir opiniones, aún con las no coincidentes.
No es tarea fácil, ni de resultados inmediatos. Los modelos culturales son el resultado de una decantación de ideas, permanentes en sus principios y en diálogo con las corrientes de pensamiento de cada época, lo que supone ir a contracorriente en ocasiones, incluso dentro del mundo cofrade; pero "no se puede dimitir de la libertad de espíritu, de la osadía de defender los principios, buscando incluso la confrontación cuando sea preciso" (Benedicto XVI).
Es necesaria la irrupción definitiva de las hermandades en el mundo de la cultura. Ninguna institución mejor posicionada en nuestro entorno para esa síntesis entre fe y razón que consolide una cultura a la medida del hombre. El gobierno de las hermandades no puede llevar a suspender el criterio ético ni la razón. Sería imprudente aislarse en un gueto cofrade, centrado en actividades, que lleve a inhibirse de esa tarea por miedo o comodidad, dimitiendo de su responsabilidad ante los hermanos y la sociedad. No se trata de imponer, pero tampoco de esconder el modelo, lo que llevaría a perder la batalla de la cultura por incomparecencia.
Al exponer estas opiniones siempre saltan desde la izquierda los progres de guardia negando el derecho a intervenir en la opinión pública a las hermandades y su entorno. Se olvidan, o no saben, que España es un estado laico, o aconfesional, no laicista. Todos los ciudadanos tienen derecho a exponer sus ideas, especialmente las que refuerzan la civilización occidental. Nos va mucho en ello. Explicaba W. Durant, filósofo estadounidense, que "una gran civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro".
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