Ignacio Valduérteles
Doctor de la Iglesia y cofrade
Sevilla ya está preparada para su Semana Santa. Hasta el azahar ha aguantado este año en los naranjos de sus calles más que nunca para perfumar el aire. Pronto, ya mañana, Sevilla se llenará de procesiones que recorrerán sus calles por todos sus barrios para que las hermandades y cofradías hagan pública protestación de fe y acerquen sus imágenes al pueblo. Un año más se renovará el rito. Pero hay otras procesiones calladas en Sevilla que no conocen la estacionalidad, la fecha en el calendario, y que no miran la meteorología porque saben que quedarse en casa no es una opción.
La primera de ellas es la de las Hermanas de la Cruz. Salen por parejas con sus hábitos marrones a la calle cada día, en silencio, con el corazón lleno del amor de Dios para repartirlo calladamente en un ejercicio de Caridad permanente. Van como sombras pardas por las calles, como si trataran de pasar desapercibidas, en el manifiesto de humildad suprema que Santa Ángela dejara en el testamento de sus últimas palabras: "no ser, no querer ser; pisotear el yo, enterrarlo si posible fuera…". Y allí va Cristo con ellas a visitar a los más necesitados.
En esta nómina diaria de procesiones, desde San Vicente sale otra, la del proyecto "Levántate y Anda", una procesión con solo cinco integrantes que diariamente al llegar la noche recorre las calles del centro de Sevilla en busca de las personas sin hogar que han hecho de soportales y zaguanes el refugio de sus vidas. Les llevan comida y algo aún más importante, la devolución de la visibilidad que perdieron durante el día al paso de una ciudad que vuelve la cara para no verlos. Les devuelven la dignidad personal con el simple gesto de escucharlos, de hacerles verse como personas de nuevo, de no señalarlos en la derrota cuando la victoria es sobrevivir un día más. Y allí va Cristo con ellos para curar las heridas de sus almas.
También está la procesión de la hermandad de la Santa Caridad, una procesión con tres pasos apenas perceptibles para los ajenos. La procesión diaria del paso que recorre la nave del comedor de su sede en ese ir y venir que sirve con amor a sus amos y señores los pobres y que se inicia cuando el toque de muñidor de una campanilla en manos del capellán señala la bendición de la mesa. La procesión del paso que la enfermedad de los acogidos exige para su acompañamiento a consultas y hospitales, la del amor en la debilidad, la renovación de la parábola del buen samaritano al sevillano modo. Y, finalmente, la procesión del paso que la muerte convoca con su cortejo de cera azul sin distinguir entre hermanos y acogidos para el entierro. Y allá va Cristo con don Miguel Mañara repartiendo obras de misericordia.
Y, finalmente, la procesión de los discípulos de Emaús que caminan hacia esa casa de Betania aljarafeña que se convierte en Monte Tabor y en el que Jesús se transfigura, en el que al partir el pan los discípulos lo reconocen y por el que sentirán arder su corazón. Cofradía de silencio en el que Dios habla con el susurro de la fe para que cada uno encuentre su camino. Y allí está Cristo sacramentado entre ellos siempre.
No busquen el programa de mano, aquí no hay más Llamador que el del corazón. Salgan a la calle cualquier día, contemplen estas procesiones y llénense de Dios.
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