Juan Ignacio de la Rosa · Los invisibles

"A mí me gustaba la Historia, pero España necesitaba entonces ingenieros"

  • Argantonio, Cristóbal Colón y el rey Salomón. Tartesos, Roma y el Litri. Este ingeniero agrario conoce los pormenores de un castillo que es una mina de magia y de historias.

PUSO su oficio, técnico agrario, al servicio de su vocación. Juan Ignacio de la Rosa (Pilas, 1946) pasó de heredero a arrendatario de una finca en Paterna del Campo donde durmió Colón. Un arcano marismeño de la civilización tartésica.

-Se llama como el alcalde de Sevilla...

-Soy amigo de su hermano Enrique, hemos jugado al golf. En los pueblos son muy dados a los diminutivos, a los motes. Mi padre, Juan de la Rosa, era Juanito el de Ana o Juanito el Juez porque era juez de paz en Pilas. Para evitar que pasara eso con su hijo, me puso Juan Ignacio como homenaje a Juan Ignacio Gálvez Cañero, ingeniero de Caminos, amigo de mi tío, jefe del puerto de Huelva.

-¿Lo de la ingeniería fue una premonición?

-Lo que me gustaba era la Filosofía, la Historia, la Literatura, pero eso era cosa de mariquitas. España necesitaba entonces muchos ingenieros, venga ingenieros...

-Su hermana Carmen le dedicó una novela a la finca familiar. ¿Usted también le escribió algo?

-Un texto anterior a esa novela que titulé Del castillo de Alpizar. Fui el primero que llegó a la conclusión de que ese espacio está impregnado de ecos templarios.

-¿Qué le une con la finca?

-Estoy enamorado de ese escenario, me he criado allí. Ahora mismo soy arrendatario y tutor de mi hermana Asunción, discapacitada, que es la única que sigue viviendo allí por recomendación de su psiquiatra. La finca pertenece a mi familia desde 1929.

-¿Tiene alma de terrateniente?

-Una finca entre diez hermanos es inviable. La finca nos costaba el dinero y en 1994 yo le dije a mi madre, una señora de mucha personalidad, que me iba a Uruguay o a Argentina. Me dijo que ni hablar. Después de tres años de sequía terrible, mi madre me condonó la última renta y por eso sigo aquí. Si no, tiro la esponja. Lo saben hasta los chinos.

-¿Qué tiene esa finca?

-Es la finca viva privada más antigua de Andalucía. Tiene cimientos romanos, unas calizas únicas y el acebuchal más grande que hay en Huelva. No se puede arrancar ni un matojo, llevamos veinte años esperando a que la Administración la declare reserva natural.

-¿Es historia familiar o social?

-Mi familia es muy historiada. Los Panduro, mi rama materna, son de Gerena. Ninguno de mis tíos tuvo hijos, excepto mi madre, que los tuvo todos. Mi hermana tiene razón en su novela cuando dice que mi madre era muy machista. Se lo pasaba muy bien hablando con los hombres, las mujeres le aburrían soberanamente, eran más pejigueras para comer. Somos cuatro varones y seis hembras, y la casa siempre estaba llena de niños. La única niña que iba por allí era Carmen Calleja, que luego se dedicaría a la política.

-¿De quién protegía ese castillo?

-Fue un enclave interesantísimo, a mitad de camino entre el convento de los Jerónimos de Santiponce y el convento de La Rábida. Dos comunidades fundadas por cistercienses. Las unía la vereda de Niebla, que todavía existe. En el entorno había 23 yacimientos mineros. Se hizo el enclave fortificado y estratégico porque allí se producía la metalurgia, una riqueza pirítica sin parangón. La zona la menciona la Biblia de Salomón veintitantas veces.

-¿Qué lección de Historia aprendió?

-Lo que ya descubrió Carriazo con el Carambolo, que Tartesos no era una civilización mitológica sino la más importante del mundo occidental. Me entristece que los andaluces no estén orgullosos de este pasado, de un rey como Argantonio que fue amigo de los troyanos, que se llevaba mejor con los griegos que con los fenicios, y que mandaba una cultura que tenía sus leyes, su escritura y que prohibió la esclavitud.

-¿Vive una lucha entre lo económico y lo simbólico, entre lo rentable y lo soñable?

-Algo parecido. Yo era un aficionado a la historia antigua que en los años ochenta, cuando empiezo a intuir cosas gracias a tener un oficio de solitarios, me empiezo a aficionar a la historia medieval. Descubro en la puerta de la finca la pata de oca, que es el símbolo de los cagotes, unos caballeros templarios que construyen las catedrales góticas, una etnia procedente del Líbano lastrada por problemas de soriasis.

-¿Cuál es su lección favorita?

-Que en esos tiempos era mucho más importante el Guadiamar que el Guadalquivir. Los barcos entraban en Niebla, había un embarcadero en la Soberbina, una finca de Sanlúcar la Mayor.

-Alpizar está equidistante de Doñana, Matalascañas y el Rocío...

-Yo iba al Rocío hasta que me lo prohibieron los médicos. Entonces empecé a dedicarme al golf.

-¿Qué ganado tiene la finca?

-Vacas en plan extensivo, yeguas. Tuvo toros de lidia que se herraban en Aznalcóllar, con el hierro de los Tassara. El primer toro que torea el Litri en su vida era de Alpizar. Le amargó la vida en Manzanilla porque esas hierbas los hacían muy venenosos.

-El arqueólogo Francisco Presedo estuvo excavando muy cerca, en las ruinas de Tejada...

-En obras de la finca han aparecido cimientos romanos. En el escudo municipal de Escacena del Campo aparece una palabra, Ituci, que estaba en las monedas que se encontraron. Mi teoría es que se trata de un acróstico latino (In Terris V. Caelum Idem) fundamental. En el cielo como en la tierra, que figura en el Padrenuestro y también, en mi modesta opinión, en el símbolo de Sevilla. Un tipo tan culto como Alfonso X el Sabio, que no hablaba romance, cómo iba a decir semejante tontería. Lo de la madeja es un invento. Nadie utilizaba su propio idioma. Federico de Prusia sólo hablaba alemán con su perro y como mucho con su ejército. El No&Do simboliza esa alianza del cielo y la tierra. La parte superior y la inferior, que somos nosotros, el valle de lágrimas. Un día le conté mi teoría a Jacobo Cortines.

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