¿Secuelas de una dictadura?
ME advirtieron, sin especificar, que notaría en el comportamiento de los españoles secuelas de una sociedad que vivió 40 años bajo una dictadura. ¿Se refirieron a la manera en la que los españoles recargan y después se conforman con la palabra no? ¿A su costumbre de ejecutar y tolerar golpes de control? ¿Es el sistema en sí el nuevo Caudillo, que sólo se preocupa por su propia conservación?
¡Vaya manera que tienen las empresas españolas de castigar con medidas radicales! Un centro de estudios amenaza a sus profesores: "Aquellos que no se presenten el día de cobro, no cobran". Una empresa de telecomunicaciones cierra su cafetería al notar que algunos vagos alargan el descanso del café, y prohíbe el subir o bajar por las escaleras al encontrar colillas en los huecos. Otra con gran alcance internacional intimida a sus empleados para que coman en el comedor in situ. Los jefes dicen a sus empleados: "Está prohibido traer comida de casa al trabajo". Los empleados se tragan la injusticia. A veces ni se inmutan.
Da la mano y se tomará el brazo. Si algún miembro del vulgo se comporta mal, recortar los derechos de todos. Con esta filosofía los profesores despóticos controlaban sus clases en mi infancia. Para ellos, todos los niños eran pícaros, recalcitrantes e irresponsables. Tarde o temprano llegamos a creerlo y serlo. Círculo vicioso cerrado. ¿Es posible que las formas del antiguo régimen terminaron por revertir en toda la sociedad, y que sigan dando la cara, mucha cara, en la actualidad?
Siendo mi mujer una muchacha, una jefa le exigió que le ayudara en la mudanza de su casa durante el fin de semana. Mi mujer pidió consejos a sus padres. Le dijeron que mejor obedecer que arriesgarse a perder el trabajo. Tanto la actitud de su jefa como la actitud de sus padres me recordaban una historia sobre la explotación del más débil, algo que existe también en mi país, pero bien alejado del sistema oficial. En este caso su jefa trabajaba con algunas de las más prestigiosas empresas de Sevilla y se relacionaba con organismos oficiales como graduado social, como una supuesta defensora de los derechos del trabajador.
¿Esta anécdota no es especialmente pertinente hoy, cuando las empresas, por la crisis, aprietan las clavijas, y los empleados no tienen a donde recurrir, porque aquellos que venden, aquellos que compran y aquellos que regulan la compraventa son los mismos?
Tomemos la suposición en España que el Estado ha de solucionar los problemas económicos de cada uno con un trabajo o una subvención, que ha de cuidar, educar y formar a vuestros hijos, pagar la cultura hasta la televisión y cine, y curar vuestras enfermedades. Para que el Gobierno se convierta en el sugar daddy (hombre chulo que tiene una joven mantenida) de todos, se requiere, primero, altivez y ansia de poder en los que mandan, y, segundo, ingenuidad y servilismo en los mandados. ¿Cuántos negocios en España, cuántos puestos de trabajo, no existirían si el Gobierno no los patrocinara de una forma u otra? ¿Cuántos ya no existen porque el Gobierno dejó de patrocinarlos? ¿Por qué los españoles han cedido tanto al sistema? ¿Por qué el sistema cree ser Dios? ¿Están acostumbrados?
La mentalidad estadounidense es poco realista al pensar que uno puede hacerlo todo sólo por sí, que hay que vivir solamente y siempre por cuenta propia. Por culpa de ella, muchos desafortunados reciben un trato despiadado en mi país. Pero gracias a ella, la mayoría de los ciudadanos, sin poder contar con el respaldo de un sistema, no se dejan caer en malos hábitos. En una edad temprana, vemos lo que hay. Comer la comida de un colegio público en EEUU, es decir, comer a costa del Gobierno, significa alimentarse de comida basura. En España, se da por sentado que la comida de los colegios debe ser más nutritiva que la tartera elaborada en casa. A su favor, los niños desfavorecidos o cuyos padres desconocen las reglas de una buena nutrición se benefician. A su contra, desde pequeños les inculcan a todos que dejarse en manos del sistema es lo mejor.
Antes de que los recortes amenazaran al admirado sistema sanitario español, los sevillanos solían preguntarme: "¿Por qué EEUU, tan avanzado, tiene el sistema sanitario tan atrasado?" Hay estadounidenses completamente convencidos de que una cobertura sanitaria universal gracias al Estado va contra el progreso y la libertad. Vemos una línea delgada entre cuidar a los ciudadanos y apoderarse de ellos. En el caso de que el Gobierno cometa abusos de poder, ¿cómo puede el pueblo rebelarse contra aquel que paga a los médicos y reparte los medicamentos? Por la misma lógica, muchos yanquis son de la opinión de que, si sólo los militares y la Policía pudieran llevar armas, eso tentaría al monstruo (el poder) con una monstruosidad (el abuso de este poder), sin que nadie tuviera medios para oponerse.
El otro día, tropecé con una conocida. Venía de dejar a su hija en una guardería del polígono industrial donde trabaja. La niña pasa nueve horas al día en la guardería. Le dije: "Por lo menos, puedes visitarla, trabajando al lado". Me respondió que no. La guardería no permite que los padres, durante descansos, visiten a sus niños, pues lloran cuando los padres se marchan. "Los padres estamos de acuerdo con la norma", me dijo.
Esa guardería, para controlar a los niños, utiliza la misma lógica que Fidel Castro al hacer prácticamente imposible que sus habitantes viajen al extranjero, sabiendo que una vez que hayan visto lo que hay fuera, querrán rebelarse. ¿Por qué los padres no se sublevan contra la palabra no? ¿Por qué la guardería no duda en emplearla? ¿Secuelas de una dictadura?
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