Alfonso Guerra no se borra
AEspaña no la va a conocer ni la madre que la parió. Lo anunció y comprometió Alfonso Guerra antes de las elecciones generales de 1986, las de la segunda victoria socialista por mayoría absoluta. Cuatro décadas más tarde, la paradoja: al PSOE no lo reconocen ni los padres que lo refundaron. O sea, Alfonso Guerra y Felipe González, en tensa comandita y en compañía de otros.
Con luces y sombras, Felipe y Alfonso cambiaron mucho a España: aparte de su contribución fundamental a la Constitución de 1978 -por primera vez inclusiva, consensuada y plenamente democrática-, ambos modernizaron el país, lo metieron irreversiblemente en Europa y lo apuntaron al bloque de la libertad, construyeron la sanidad universal y normalizaron el divorcio y el aborto. Catorce años de cambio para que España, al fin, funcionara.
Felipe puso su carisma y sus convicciones socialdemócratas (las que le llevaron a una dimisión momentánea para librar al partido de sus corsés ideológicos), y Alfonso una inteligencia estratégica fuera de lo normal y un control férreo del PSOE, en el que quien se movía fuera del marco no salía en la foto. El tándem resultó tan exitoso que incluso permitía la escenificación de divergencias entre ellos que, pudiendo ser reales, aparecieron en la Historia como el teatro de un liderazgo complementario y compartido. El desgaste del poder y un caso de corrupción los separaron al final de su época triunfal.
Ahora vuelven a estar unidos, no necesariamente reconciliados, por el estupor. Tienen otro problema de reconocimiento: no encuentran en la actual dirección del PSOE aquellos valores de igualdad, solidaridad y honradez que caracterizaron al socialismo renovado de la Transición. Y levantan la voz a riesgo de que algunos ministros perfectamente inútiles les llamen abuelos cebolleta, resentidos y vendidos a la derecha. ¿Cómo va a quedarse callado Alfonso Guerra si sus últimos sucesores al frente de la organización del PSOE se llaman José Luis Ábalos y Santos Cerdán?
Es imposible humanamente que Alfonso Guerra se resigne en silencio a que el Partido Socialista que él refundó tras el naufragio de la posguerra se haya convertido en un aparato debilitado al servicio de una sola persona, que pone en peligro las instituciones democráticas y se humilla ante partidos antisistema y herederos del terrorismo. Y sería políticamente culpable que lo hiciera.
También te puede interesar
Contenido ofrecido por Sharemusic!
Contenido patrocinado por Cibervoluntarios
CONTENIDO OFRECIDO POR AMAZON