En la muerte del cardenal Amigo

El cardenal Amigo ya reposa en la Catedral de Sevilla

Traslado a hombros del féretro del cardenal Amigo a la Catedral / Juan Carlos Vázquez

"Desde el cielo sólo tendría una palabra para todos ustedes. La única palabra que saldría de su corazón es Paz y Bien". Este ha sido, sin duda, el momento más emotivo de la misa de exequias del cardenal Amigo Vallejo. Han sido pronunciadas por el hermano Pablo, el fiel y leal secretario, al término de la celebración. Poco antes de la inhumación del cuerpo. El fiel escudero del cardenal ha recibido todo el cariño de los asistentes en forma de aplauso tras su emocionante intervención en la que ensalzó la figura de quien fue todo un padre para él: "Vivió para Cristo y para su Iglesia. Se deshizo, pero con alegría franciscana". El secretario personal del que fuera durante casi tres décadas arzobispo de Sevilla, quien mejor le conocía, entonó una profunda reflexión que bien podría haber firmado el propio cardenal. "Nos quiso y le quisimos. Nos respetó y le respetamos. Nos predicó y le escuchamos. Nos escuchó y le dijimos nuestras cuitas. Nos alentó y le ayudamos. Nos ayudó y le colaboramos. Nos dio el Evangelio y lo vivimos con él". Con la tristeza por la pérdida, el hermano Pablo animó a los asistentes a estar alegres en Cristo Resucitado y mostró la seguridad de que el cardenal seguirá bendiciendo a toda su grey: "Alégrate Virgen de los Reyes porque en tu hijo Jesús fray Carlos vive en Dios y nos bendice con la gracia y la paz".

El féretro del cardenal Amigo llega al Altar del Jubileo. El féretro del cardenal Amigo llega al Altar del Jubileo.

El féretro del cardenal Amigo llega al Altar del Jubileo. / Antonio Pizarro

Con la solemnidad requerida por una figura gigante de la Iglesia española de la últimas décadas. El cardenal Amigo Vallejo, arzobispo de Sevilla durante casi tres décadas, ya reposa en la Catedral. En la capilla de San Pablo, la que él mismo eligió cuando realizó una visita para conocer en profundidad la sede en la que ejercería su episcopado. Pasaba la una y veinte de la tarde cuando el féretro de don Carlos era depositado en la tierra tras una misa de exequias celebrada con todo el boato que requería la ocasión. Con aplausos fue despedido el féretro del cardenal en la puerta de la Asunción antes de su entrada en el templo y con aplausos abandonó el Altar del Jubileo en su definitivo camino hacia la capilla de San Pablo. 

Los operarios introducen el ataúd del cardenal Amigo en la tumba mientras el arzobispo abraza al hermano Pablo. Los operarios introducen el ataúd del cardenal Amigo en la tumba mientras el arzobispo abraza al hermano Pablo.

Los operarios introducen el ataúd del cardenal Amigo en la tumba mientras el arzobispo abraza al hermano Pablo. / Juan Carlos Vázquez

La Catedral se revistió de grandeza, como en las más importantes ocasiones, para unas exequias que comenzaban a las 10:30 con la procesión del traslado del cuerpo hasta el primer templo de la Archidiócesis.  El joven franciscano que entró a pie por la Puerta de la Asunción, la de los momentos importantes, en aquel ya lejano año 1982, lo hacía ahora sobre los hombros de los sacerdotes y escoltado por una representación de la Policía Local de gala para ser despedido tras una fecunda vida dedicada a Dios y a los fieles. El féretro fue colocado en el Altar del Jubileo, en el centro del presbiterio, escoltado por cuatro blandones, y por la llama viva del cirio pascual, metáfora de la Resurrección. Sobre el ataúd, los símbolos del ministerio de don Carlos: la estola, la mitra, el báculo y el evangeliario. Y a su lado, posando en él su mirada, una imagen de San Francisco.

Juanma Moreno, Antonio Muñoz, el teniente general José Rodríguez, y otras autoridades presentes en la misa. Juanma Moreno, Antonio Muñoz, el teniente general José Rodríguez, y otras autoridades presentes en la misa.

Juanma Moreno, Antonio Muñoz, el teniente general José Rodríguez, y otras autoridades presentes en la misa. / Juan Carlos Vázquez

Una importante representación de la ciudad a la que tanto y tan bien sirvió acompañó en este postrero caminar al pastor abnegado, amable, entregado e inteligente, algunos de los calificativos con los que este príncipe de la Iglesia ha sido descrito por los que más le conocían. Unas 1.600 personas se citaron en la Catedral. Entre ellas, el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno; el alcalde de Sevilla, Antonio Muñoz; el teniente general José Rodríguez, jefe de la Fuerza Terrestre; consejeros, concejales, diputados y senadores, que formaron parte de la representación oficial. El que fuera su sucesor en la diócesis de San Leandro y San Isidoro, monseñor Asenjo, el nuncio apostólico en España, monseñor Auza, los cardenales Omella, Osoro, Blázquez, Cañizares, Ayuso, Bocos; 17 arzobispos y obispos, y un gran número de sacerdotes. Representantes de movimientos, órdenes y hermandades. Y, por supuesto, los hermanos de la Cruz Blanca, movimiento erigido por Amigo Vallejo; y una nutrida representación de las Hermanas de la Cruz. Además de fieles a título particular, porque el cardenal siempre tuvo al rebaño en el centro de su episcopado. Todos ellos estuvieron junto al cuerpo sin vida del cardenal.

El arzobispo, monseñor Saiz, inciensa el féretro del cardenal situado en el presbiterio del Altar del Jubileo. El arzobispo, monseñor Saiz, inciensa el féretro del cardenal situado en el presbiterio del Altar del Jubileo.

El arzobispo, monseñor Saiz, inciensa el féretro del cardenal situado en el presbiterio del Altar del Jubileo. / Juan Carlos Vázquez

En su homilía, el arzobispo Saiz repasó la trayectoria de Amigo Vallejo, aquel joven que dejó los estudios de medicina para ingresar en la orden de los franciscanos menores y que en el año 1982 se convertiría en arzobispo de Sevilla, un desempeño pastoral que ejercería durante casi tres décadas: “Somos testigos de las muchas cualidades que el Señor le concedió, como también de su preparación y capacidad de trabajo, pero más aún somos testigos de su entrega sin límites. Desde la libertad de espíritu y, a la vez, desde la fidelidad al Señor y a la Iglesia, desarrolló su ministerio episcopal con gran intensidad y amplitud. Inteligencia, cultura, pedagogía, capacidad, entrega, formación, oración, y una actitud profunda de acogida”.

La representación de las hermanas de la Cruz. La representación de las hermanas de la Cruz.

La representación de las hermanas de la Cruz. / Juan Carlos Vázquez

Monseñor Saiz desgranó como cuentas del Rosario muchas de las cualidades que llevaron al difunto cardenal a convertirse en un gran pastor, querido y admirado por un pueblo, que se lo ha demostrado durante estos días. El arzobispo de sevilla estuvo junto a don Carlos en sus momentos postreros en el hospital universitario de Guadalajara. Junto al hermano Pablo y al hermano Luis Miguel, superior general de los Hermanos de la Cruz Blanca, fue testigo del adiós sereno y tranquilo de Amigo. “La suya ha sido una vida entregada hasta el final. Como el grano de trigo, que si cae en tierra y muere da mucho fruto, del mismo modo sucede en nuestra vida, porque nuestra vida solo tiene sentido desde la donación, desde la entrega, desde el gastarla y desgastarla hasta morir y dar un fruto abundante. No tiene sentido reservarnos, cuidarnos, para poder vivir muchos años. No se trata de añadir años a nuestra vida, sino vida a nuestros años. Vivir la vida intensamente, desde el amor, desde la donación de uno mismo. Y vivir los años que Dios quiera, sin intentar acortarlos ni alargarlos por nuestra parte. Así ha vivido don Carlos, con una entrega generosa hasta el final, respondiendo con generosidad y alegría a las peticiones de servicios pastorales que se le solicitaban”.

Monseñor Asenjo, sucesor de Amigo en la Archidiócesis de Sevilla. Monseñor Asenjo, sucesor de Amigo en la Archidiócesis de Sevilla.

Monseñor Asenjo, sucesor de Amigo en la Archidiócesis de Sevilla. / Juan Carlos Vázquez

Tras la misa, el féretro del cardenal era trasladado hasta los pies de la capilla de San Pablo para su sepultura. Se entonaba el Salmo 117: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Bajo la atenta mirada de los familiares, medio centenar acudió al sepelio, y de los sacerdotes, el arzobispo Saiz rociaba con agua bendita el sepulcro, una sencilla tumba, en el que fue introducido el féretro con los restos del hijo de San Francisco que vivió durante tres décadas con los sevillanos. Paz y Bien para este príncipe de la Iglesia.

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