La Cartuja era un patatal, una Venecia de emergencia

El catedrático Francisco García Novo (1943-2025) vivió los orígenes del certamen y coordinó el libro ‘Paisaje y Urbanismo de la Expo 92’

El Monasterio de la Cartuja fue después fábrica de cerámica, edificio de la Expo y ahora es Museo.
El Monasterio de la Cartuja fue después fábrica de cerámica, edificio de la Expo y ahora es Museo. / Juan Carlos

19 de julio 2025 - 05:59

En 2002, en el décimo aniversario de la Expo 92, Juan Manuel Suárez Japón, que durante el certamen fue consejero de Cultura de la Junta de Andalucía, quiso conmemorar el acontecimiento con la edición de tres libros. Juan Teba escribió Los padres de la Expo, una serie de entrevistas con algunos de los personajes más relevantes del certamen. Mi aportación la titulé Al fondo hay sitio (Diez historias y media de la Expo). Pero la incursión más científica en los cimientos de la Expo fue el libro titulado Paisaje y urbanismo de la Expo 92. Un trabajo en equipo que firmaban Francisco García Novo, catedrático de Ecología de la Universidad Hispalense, y Claudia Zavaleta de Sautu, arquitecta, con fotografías de Javier Limón y análisis numéricos de Manuel García Bouzas.

Los tres libros, editados por RD Editores, aquella aventura cultural de Antonio González, los presentó la periodista Esperanza Sánchez en Antares. En la muerte de Francisco García Novo (Madrid, 1943-Sevilla, 2025) pretendo con estas palabras recuperar un trabajo novedoso de alguien que vivió la Expo desde dentro en el tiempo y, sobre todo, en el desbaratado espacio en el que se levantó en un tiempo digno del libro Guinness de los récords.

Al libro de García Novo y Zavaleta le vendría de perlas la cita de Caballero Bonald en Agata ojo de gato con la que abro mi colaboración: “Llegaron desde más allá de los últimos montes y levantaron una hornachuela de brezo y arcilla en la ciénaga medio disecada por la sedimentación de los arranques fluviales”. El río del que habla es el mismo, aunque el novelista jerezano se refiere a Doñana y García Novo llevará su brújula de Conrad a los territorios del Meandro y la Dársena donde, como en los trabajos del medievalista Rafael Cómez, había que levantar una catedral de tiempo y memoria para que también las generaciones venideras les tomaran por locos.

Paisaje y Urbanismo de la Expo 92 aporta un centenar largo de fotografías para las que eligieron trece puntos interiores y exteriores a la Isla de la Cartuja con una frecuencia de las imágenes que eran semestrales en 1987 y 1988, bimensuales entre 1989 y 1992 y una toma anual entre 1993 y 1997 y en 2002 (a los diez años). Tomas seriadas desde 90 a 270 grados con cámara Nikon F y objetivo de cincuenta milímetros sobre negativo Kodak de 100 ASA en formato 35 milímetros. Hasta la Expo no llegaron los móviles y menos su transformación en cámaras-petaca. Una secuenciación del espacio y el tiempo que permite maravillas como las imágenes tomadas entre abril de 1990 y octubre de 2002 en la torre de Cambio de Agujas de la Estación, conocida como La Única entre los ferroviarios. Se aprecian cambios como en el Blow-Up de Antonioni en una torre que sigue en pie, abandonada, que albergó los estudios de Radiópolis.

Un libro en el que se recoge la voz de Jacinto Pellón, el ingeniero de caminos que tomó las riendas de la Exposición. “Toda la complejidad que gravitaba sobre el proyecto tenía, además, un escenario que agudizaba dicha complejidad: la elección de Sevilla como sede de la Exposición Universal”. Con el cuádruple hándicap de ser una ciudad con menos de 700.000 habitantes, con problemas urbanísticos “de entidad nada despreciable”, con un patrimonio histórico-monumental extraordinario y una región con gravísimas carencias de comunicaciones y servicios. Concluía Pellón: “No hay precedentes en la historia de las exposiciones universales en que una ciudad de estas características haya sido elegida para una acción de este tipo”.

Hasta que se construye la Corta de San Jerónimo, las avenidas (de agua) “convertían la ciudad en una Venecia de emergencia, con barcas que traían alimentos y agua, trasladaban personas, o hacían de coches fúnebres”, escribe García Novo. El Monasterio de la Cartuja se había convertido en fábrica de cerámica y el cortijo Gambogaz “había quedado como un símbolo de la Guerra Civil y del duro papel jugado por el general Queipo de Llano en Sevilla”.

¿Y la ciudad? “Los habitantes, entre entusiastas y escépticos, necesitarán muchos más años para extender en su mente los límites de la ciudad”. Aún hoy, escribían hace casi un cuarto de siglo, la Cartuja era un conjunto de elementos dispersos: el Monasterio, los edificios de Puerta Triana, los puentes, Cartuja 93, Isla Mágica, el Parque Tecnológico. “¿Diferentes miradas sobre una misma realidad o una realidad construida sin la mirada?”.

El equipo interdisciplinar que trabajó con García Novo aporta el concepto de una “construcción afectiva del espacio”. Junto al cemento, el hormigón y el acero están “los sentimientos, las pasiones y las emociones… se presentan dando forma al arte, sustrato a los mitos y expresión a los ritos”. Por ceñirnos a aquel año de 1992, un cóctel donde estarían Carmen, Colón y don Quijote.

García Novo empezó a trabajar en el proyecto de la Expo en 1986, cuando “la sensación era de perplejidad”. “Había un enorme espacio agrícola en producción: cultivos herbáceos y frutales, tubos de plástico para el regadío, carriles para la maquinaria, filas de eucaliptos, algunos montones de escombros”. En palabras de un colega suyo, “era casi un patatal”.

Hoy queda tan lejano como el Descubrimiento de América. No se celebraban Exposiciones desde la de Osaka 1970. El rey Juan Carlos I habló en Santo Domingo en 1976 de organizar una Exposición Internacional Iberoamericana. Chicago presenta su candidatura en diciembre de 1981; Sevilla, el 3 de marzo de 1982, el año del Mundial, del Papa y de los socialistas; el 8 de diciembre el Bureau de París acepta la doble sede, de la que se retirará Chicago. Todo para Sevilla.

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